⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
En el momento en que el joven Rashid tomó la pequeña mano que se le extendía con ojos brillantes… Siana abrió los ojos de golpe. Acostada en la cama, Siana miró al techo con los ojos bien abiertos y luego murmuró con una expresión de desconcierto.
—¿Soñé con aquel momento, verdad?
Era un sueño que recreaba el instante en que había conocido a Rashid en un balneario del sur, hace 8 años.
Aunque las palabras de Su Alteza eran un poco diferentes…
El corazón de Siana latía con fuerza. En el sueño, el joven Rashid estaba cubierto de heridas, y Siana lo había ayudado. Entonces, ¿era ese un mal sueño o uno de buen augurio?
—¡Por supuesto que es un buen augurio!
Siana exclamó con determinación mientras se levantaba de la cama. El cielo, visible a través de la ventana, estaba de un azul oscuro. Aún era madrugada, cuando la mayoría de las personas seguían durmiendo. Sin embargo, no quedaba ni rastro de sueño en el rostro de Siana. Al contrario, una firme determinación se reflejaba en ella. Al igual que en el sueño, Siana estaba decidida a salvar al hombre que amaba. Y ese día era hoy.
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La atmósfera en el palacio imperial no era normal. Se debía a que iba a llevarse a cabo el juicio del príncipe heredero Rashid. La sala de reuniones más grande del palacio se había preparado como sala de audiencias, y la gente comenzó a entrar. Todos los asistentes al juicio, que atraía la atención de todo el imperio, eran figuras de renombre.
Cuatro consortes imperiales, sus hijos, príncipes y princesas, así como nobles de alto rango, incluido el Duque Angelus, ocupaban sus asientos. El Duque Angelus, observando a los presentes, dijo en voz baja:
—Parece que todos los poderosos del imperio se han reunido.
El noble que estaba sentado a su lado asintió con la cabeza.
—Es una ocasión de gran importancia.
Rashid tenía un significado especial para todos los presentes. Para algunos, era su señor a quien le juraban lealtad, para otros, un aliado en su camino, y para algunos más, un enemigo que sería mejor que desapareciera. Dado que el destino de Rashid estaba en juego, no era sorprendente que hubiera tanta atención en el juicio.
El noble preguntó:
—¿Cree que el juicio de hoy ayudará a Su Alteza el príncipe heredero?
El Duque Angelus, junto con algunos otros nobles, había decidido apoyar a Rashid debido a las persuasiones de Siana, que casi parecían amenazas. Gracias a ellos, habían logrado presionar al Emperador y a la Emperatriz para que se celebrara el juicio. Sin embargo, eso no significaba que creyeran plenamente en la inocencia de Rashid, ya que los cargos contra él eran demasiado claros.
El Duque Angelus respondió con el rostro preocupado:
—Mientras Su Majestad el Emperador, que fue herido, siga diciendo que Su Alteza el príncipe heredero es el culpable, será imposible probar su inocencia.
Es más, durante el juicio, el terrible hecho de que Rashid intentó asesinar a su propio padre se daría a conocer públicamente. Entonces, el Emperador podría ejecutar a su hijo con legitimidad, y al hacerlo, recuperaría la autoridad que se había debilitado durante los últimos años.
Este juicio era desfavorable tanto para Rashid como para el Duque Angelus y los numerosos nobles que lo apoyaban. Aun así, habían hecho todo lo posible para que el juicio se celebrara, solo por las palabras de Siana:
( Solo les pido que celebren un juicio formal. Entonces, yo salvaré a Su Alteza el príncipe heredero. )
Si lograban salvar a Rashid, el poder volvería a inclinarse a su favor. Sin embargo, no sería una tarea fácil. Anticipaban que habría una estricta seguridad debido a la importancia del evento, pero cuando llegaron, descubrieron que era incluso más rigurosa de lo que habían imaginado. Cientos de caballeros, vestidos con armaduras y empuñando largas espadas, estaban apostados por toda la sala. Más que una sala de audiencias, parecía un campo de batalla al borde de estallar.
El Duque Angelus tragó saliva.
En medio de esta atmósfera, ¿cómo planea la princesa Siana salvar a Su Alteza?
Con su mente aturdida, no podía imaginar de qué manera lo lograría. Fue entonces cuando la voz retumbante de un sirviente resonó:
—Sus Majestades el Emperador y la Emperatriz han llegado.
Poco después, el Emperador y la Emperatriz hicieron su entrada en la sala. Los rostros de los presentes se ensombrecieron al ver al Emperador apoyado en la Emperatriz. La herida de espada en el costado del Emperador estaba oculta por sus ropas, pero su rostro pálido y demacrado revelaba claramente el dolor que aún sufría.
Independientemente de si apoyaban o no al Emperador, ver al soberano del país en un estado tan débil causaba una sensación de inquietud. Sentado en la silla colocada en la plataforma, el Emperador habló con irritación:
—Como ustedes insistieron tanto en el juicio, he venido.
La mirada penetrante del Emperador se dirigió al Duque Angelus y a algunos nobles.
—He entendido bien hacia dónde apuntan sus lealtades, al hablar tanto de si deberíamos o no realizar un juicio para un criminal que intentó asesinar al Emperador. Cuando termine el juicio, me aseguraré de que paguen por hacerme perder el tiempo con esta absurda petición.
El significado de sus palabras cargadas de ira era claro: no perdonaría a los nobles que se pusieron del lado de Rashid. Al comprender esto, los nobles tragaron saliva con rostros tensos.
La atmósfera en la sala del tribunal se volvió tan fría como el hielo. El Emperador se acarició la frente y continuó hablando.
—Yo mismo dirigiré el juicio de hoy.
Ante esas palabras, los nobles no presentaron objeciones. Como el poder más alto del imperio, el Emperador tenía la autoridad para controlar cualquier juicio. A pesar de lo extraño que resultaba que la propia víctima, el Emperador, presidiera el juicio, nadie dijo nada, ya que lo importante no era el proceso ni el resultado del juicio.
Los nobles querían salvar a Rashid a través del juicio, mientras que el Emperador deseaba condenarlo. Los deseos de ambos grupos estaban en un claro conflicto. El Emperador habló:
—Hace diez días, llamé a Rashid a mis aposentos para hablar de asuntos oficiales con él. Durante la conversación, Rashid sacó una espada de entre sus ropas y me atacó. Si no hubiera esquivado el golpe por poco, habría muerto ese mismo día.
El Emperador miró a la Emperatriz, sentada a su lado.
—¿No es cierto, Emperatriz?
Sorprendentemente, la Emperatriz no negó las palabras que acusaban a su propio hijo de ser el culpable. Solo asintió con una expresión de sufrimiento.
—…
Aunque todos ya sabían los hechos, el testimonio de la Emperatriz, la propia madre de Rashid, dejó a la gente conmocionada una vez más. Estaba claro que Rashid había cometido un acto terrible.
En medio de esa tensión, el Duque Angelus levantó la mano y habló:
—Es profundamente doloroso para nosotros, como súbditos, que Su Majestad el Emperador haya sido envuelto en un evento tan horrible y aterrador… Sin embargo, no podemos entender por qué Su Alteza el príncipe heredero habría cometido un acto tan repentino.
Antes de que el Emperador pudiera responder, el Duque Angelus continuó:
—Me gustaría escuchar la versión de Su Alteza el príncipe heredero.
El Emperador fulminó al Duque Angelus con una mirada feroz. El hecho de que alguien quisiera escuchar a un traidor que intentó asesinar al Emperador era increíblemente ofensivo. Sin embargo, el Emperador asintió. No lo hizo porque le importara lo que pensaban los nobles; de todos modos, tenía la intención de mostrarles a Rashid.
Con voz baja, el Emperador dijo:
—Traigan al prisionero.
El sirviente asintió y, poco después, las puertas de la sala del tribunal se abrieron. Rashid, el hombre que había causado tanto revuelo en todo el imperio en los últimos días, apareció.
—…
Ver a Rashid impactó a la gente mucho más que ver al propio Emperador antes. Las cicatrices en el hermoso rostro de Rashid, no tratadas ni curadas, permanecían visibles. Su brillante cabello plateado estaba enredado, y llevaba una simple y desgastada túnica blanca que lo hacía ver completamente desaliñado. Además, sus brazos estaban envueltos en pesadas cadenas de hierro.
Ante la lamentable apariencia del hombre que una vez dominó los campos de batalla, la gente quedó sin palabras. En medio de la atmósfera sofocante, el Duque Angelus habló, esforzándose por ocultar su conmoción al ver a Rashid.
—Su Alteza el príncipe heredero, ¿por qué hizo algo así?
No era una acusación; era una pregunta desesperada en busca de una respuesta que pudiera aliviar la culpa de Rashid.
No intenté asesinar al Emperador. Fue él mismo quien se hirió, quería decir Rashid… pero no podía hablar.
No podía hacerlo debido a la medicina que la Emperatriz lo había obligado a tomar antes de salir de la Torre de los Prisioneros. El Emperador, mirando el rostro rígido y silencioso de Rashid, esbozó una sonrisa siniestra.
—Ahora que tienes la oportunidad, parece que no tienes nada que decir. Claro, ¿qué podría decir un criminal que ha cometido un acto tan atroz?
No, eso no era lo que ocurría. Tanto el Duque Angelus como la mayoría de los presentes se dieron cuenta de que algo no estaba bien con Rashid.
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