⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La Emperatriz murmuraba, temblando con ambas manos.
—La magia del Emperador no debe deshacerse. Si recupera la cordura, no me dejará en paz.
El Emperador era alguien que sabía exactamente qué era lo que más atormentaba a la Emperatriz.
Él no terminaría su venganza simplemente quitándole la vida a la Emperatriz. Dañaría aquello que ella más apreciaba.
La Emperatriz, con el rostro pálido, abrazó a Evelyn.
—Si también te pierdo, no podré sobrevivir, Evelyn.
Evelyn, acariciando la espalda de la Emperatriz que temblaba en estado de pánico, dijo:
—Tranquilízate, María. Ahora mismo, el Emperador es solo una marioneta que escucha solo lo que tú dices. Mientras tengamos al Emperador, podemos revertir la situación en cualquier momento.
Las palabras de Evelyn finalmente lograron calmar a la Emperatriz.
Es cierto. Todavía no se ha revelado nada con certeza. Solo hay sospechas sin pruebas.
Aunque, en realidad, sus sospechas no eran solo sospechas, sino la verdad, eso no era lo importante.
Mientras todo quedara como simples sospechas malintencionadas, no importaba.
Primero, reuniré a los nobles que apoyan al Emperador. Y luego, los utilizaré para cambiar la opinión pública.
Que Rashid y los nobles que lo seguían estaban difundiendo esos absurdos y ofensivos rumores de que Su Majestad el Emperador estaba siendo controlado por un mago.
Todo por su codicia de ocupar el trono.
Eso era traición.
La traición es un crimen imperdonable, que nadie puede apoyar.
Mientras Rashid estuviera vinculado a un crimen tan atroz, por muy poderoso que fuera, no podría regresar a su lugar original. Y con el tiempo, los nobles lo abandonarían.
Sin embargo, la Emperatriz no pudo reunir a los nobles que apoyaban al Emperador. No tuvo tiempo ni de terminar las cartas que pensaba enviarles antes de que ocurriera algo.
Evelyn irrumpió en la habitación gritando con urgencia.
—¡Su Alteza el Príncipe Heredero ha entrado al palacio con su ejército!
—¡¿Qué?!
La Emperatriz se mostró desconcertada.
Había pensado que Rashid podría invadir el palacio, pero no esperaba que fuera tan rápido.
—¿Cuántos soldados puede haber reunido en solo un día? Reúnan a la guardia real y a todos los sirvientes para detener a Rashid.
Tal como decía la Emperatriz, el número de soldados que Rashid había traído no era grande.
Solo era una pequeña parte de las fuerzas que podía movilizar.
Sin embargo… Rashid había sido un héroe de guerra desde los trece años, ganando numerosas victorias en el campo de batalla.
Además, dentro del palacio imperial ya había muchas sospechas hacia el Emperador y la Emperatriz, y entre la guardia y los sirvientes, había muchos que respetaban a Rashid.
En solo unas horas, Rashid había tomado el control del palacio.
—¡Su Majestad la Emperatriz, huya!
La voz aguda de Evelyn se escuchaba desde el otro lado de la puerta.
Antes de que la Emperatriz pudiera salir para ver cómo estaba Evelyn, un hombre entró en la habitación.
Era Rashid.
Rashid no parecía en nada al hombre que había estado en el tribunal el día anterior.
Las heridas en su hermoso rostro habían desaparecido, y había recuperado su vitalidad. Llevaba una sólida armadura plateada sobre su cuerpo atlético, y en su mano enguantada de negro sostenía una espada con una hoja aterradora.
De la hoja de la espada caían gotas de sangre roja.
Rashid, al ver el rostro distorsionado de la Emperatriz al observar aquello, dijo:
—No se preocupe. No es la sangre de la doncella que Su Majestad tanto aprecia. Es la sangre de los soldados que se interpusieron en mi camino.
—¡…!
—Como advertí que no perdonaría a nadie que intentara detenerme, la mayoría de los soldados se retiraron. Pero algunos resistieron. Eran hombres leales que dieron sus vidas por cumplir las órdenes de Su Majestad y del Emperador. Lamentablemente, tuve que cortarles la cabeza. Es una verdadera pena.
La voz de Rashid era calmada y su comportamiento extremadamente respetuoso.
Aun así, el rostro de la Emperatriz no se suavizó en absoluto. De hecho, se deformó aún más de rabia.
Con la voz temblorosa, la Emperatriz habló.
—Maldito… Este no es un campo de batalla, es el palacio imperial. ¡Lo que has hecho es traición y asesinato! ¿De verdad crees que te saldrás con la tuya después de hacer algo así?
Aunque la Emperatriz gritaba con todas sus fuerzas, Rashid mantenía una expresión tranquila.
Mientras limpiaba la sangre de su espada con el borde de su capa, Rashid respondió:
—No, la gente sabrá lo que ocurrió hoy de la siguiente manera: El príncipe heredero arriesgó su vida para irrumpir en el palacio y salvar a Su Majestad el Emperador, que estaba siendo controlado por un mago malvado. Y tuvo éxito en su misión.
La Emperatriz frunció el ceño.
—¿Quién va a creer tal cosa?
—La gente lo creerá. Porque todo es verdad.
Rashid tenía la intención de restaurar al Emperador a su estado original de alguna manera.
Ya sea llevándolo a la Torre de los Condenados o encontrando al mago que lanzó el hechizo, haría lo necesario para liberar al Emperador de su maldición.
Aunque tenía la oportunidad de tomar el trono, Rashid no lo haría, prefiriendo liberar al Emperador de su maldición.
Nadie podría culparlo por haber invadido el palacio imperial.
—Sin embargo, la única persona a la que me interesa proteger es mi padre.
—¡…!
—Fue Su Majestad la Emperatriz quien puso al Emperador en ese estado terrible. Y no solo eso, intentó manipular al Emperador para acusar de traición a su propio hijo. …Eso es un pecado imperdonable, incluso para una Emperatriz tan benevolente.
La Emperatriz, mirando a Rashid en estado de shock, preguntó con la voz rota:
—¿De verdad piensas matarme?
Para sorpresa de la Emperatriz, Rashid asintió lentamente.
La Emperatriz no podía creer lo que veía.
Nunca había sentido el más mínimo afecto por Rashid, lo que le permitía ser tan cruel con él.
Pero Rashid era diferente.
Aunque era insensible a las emociones, tenía un gran afecto hacia su madre.
Siempre buscaba cualquier señal de cariño de ella, esforzándose por ganárselo.
Que Rashid la matara parecía imposible.
Con los ojos abiertos de par en par, la Emperatriz negó con la cabeza.
—No, tú no puedes matarme.
Tal como ella pensaba, Rashid la amaba.
Lo suficiente como para soportar interminables clases desde su niñez. Lo suficiente como para masacrar a innumerables personas en el campo de batalla.
Sin embargo, había algo que la Emperatriz desconocía.
Ahora, un sentimiento mucho más fuerte que ese afecto dominaba a Rashid.
Su amor por Siana.
Rashid tenía deseos que antes no había experimentado.
Quería verla por mucho tiempo.
Quería abrazarla sin restricciones.
Quería amarla con todas sus fuerzas.
Quería hacerla feliz para siempre.
Y para lograrlo, Rashid necesitaba vivir mucho tiempo. Necesitaba mantener su poder sin vacilar.
Para Rashid, la Emperatriz era la mayor amenaza.
—Si no sigo tus órdenes, siempre me odiarás. Querrás matarme.
—…….
—Por eso, ya no puedo dejarte con vida.
—¡…!
Al escuchar las palabras de su hijo, dichas con una expresión impasible, el rostro de la Emperatriz se quedó sin color.
Rashid continuó:
—Por supuesto, también podría arrestarte y llevarte a juicio. Una vez que se revele tu culpa, no evitarás la pena de muerte.
La Emperatriz terminaría decapitada, bajo la mirada curiosa de la multitud que se agolparía como nubes para presenciar su final.
Con una sonrisa amarga, Rashid murmuró:
—Pero tú siempre has detestado las humillaciones…
Por eso Rashid había elegido este camino.
Acabar con su vida aquí, donde nadie más pudiera verla, sin que sintiera el más mínimo dolor.
Era lo único que podía hacer por la Emperatriz.
Solo entonces, la Emperatriz comprendió que Rashid hablaba en serio.
El miedo a la muerte la invadió repentinamente.
Sus ojos, inyectados de sangre, se llenaron de lágrimas. Sin embargo, su orgullo no le permitía suplicar.
Apretando los dientes, retrocedió. Rashid avanzó un paso más.
Justo cuando él levantaba su espada lentamente, con el rostro impasible, una voz resonó en la habitación.
—¡No, Alteza!
Con un grito ensordecedor, Siana irrumpió en la habitación.
Al ver a Siana correr hacia él y tomar su mano con fuerza, Rashid frunció el ceño.
—Déjame, Siana. Es peligroso.
—No. Si suelto tu mano, matarás a Su Majestad la Emperatriz.
Rashid no negó en absoluto las terribles palabras de Siana y respondió:
—Siana, mi madre intentó matarme. Y trató de capturarte para controlarme.
Si la Emperatriz hubiera tenido éxito en atrapar a Siana, probablemente la habría utilizado hasta que finalmente muriera.
Recordar aquello hizo que los ojos violetas de Rashid se volvieran fríos.
Al notar la reacción de Rashid, Siana mordió sus labios.
La Emperatriz había cometido un pecado imperdonable, tal como Rashid decía. Siana también la odiaba.
Sin embargo, Siana apretó con fuerza la mano de Rashid y dijo:
—Aun así, esto no está bien, Alteza.
Con una voz temblorosa, continuó:
—Si manchas tus manos con la sangre de la Emperatriz, vivirás atormentado por el resto de tu vida.
—…
—No quiero que vivas con ese tormento. Quiero que seas feliz, sin dolor ni sufrimiento.
En los ojos esmeralda de Siana no había rastro de desprecio o miedo hacia Rashid, que estaba a punto de matar a su madre biológica.
Solo había una preocupación profunda por él.
Por primera vez, el rostro de Rashid, que había permanecido impasible ante la Emperatriz, mostró una emoción.
Frunciendo el ceño, murmuró con dificultad:
—Por eso quería terminar todo mientras dormías…
—…….
Sabía que si Siana intervenía, su determinación se desmoronaría fácilmente. Como estaba ocurriendo ahora.
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