⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Rashid bajó la espada que sostenía. Incluso sus ojos violeta, que antes brillaban de forma inquietante, comenzaron a llenarse de calidez. La Emperatriz, con el rostro desfigurado por la sorpresa, lo observaba mientras tambaleaba. No sabía si el alivio de haber salvado su vida o el choque de ver a su hijo obedeciendo las palabras de Siana como si estuviera bajo un hechizo era lo que la afectaba.
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En el palacio del príncipe heredero, Rashid y Siana estaban sentados en una habitación que había estado vacía durante mucho tiempo. Frente a ellos, un hombre corpulento estaba arrodillado. Era Sol, el caballero guardia de Rashid.
Sol había sido liberado de la prisión del palacio cuando Rashid tomó el control del lugar por sorpresa. Tan pronto como salió de la cárcel, se unió a las tropas de Rashid y rápidamente tomó el mando de los soldados. Habló con voz fuerte:
—Informe: todos los soldados del palacio han arrojado sus armas y se han rendido. Los miembros de la familia real y los sirvientes también están en calma.
Atacar primero el palacio del Emperador había sido una decisión acertada. El Emperador, que yacía en la cama, no mostró ninguna reacción cuando los soldados irrumpieron en su habitación con rostros inexpresivos. Gracias a esto, Rashid pudo asegurar al Emperador sin resistencia, y la toma del palacio se completó sin problemas. Sol continuó informando:
—Siguiendo sus órdenes, hemos distribuido folletos en las mansiones de los nobles y en las calles.
El mensaje decía que el príncipe heredero Rashid había salvado al Emperador de la maldición de un hechicero, orquestada por la Emperatriz. Rashid cuidaría diligentemente al Emperador y trabajaría para romper la maldición lo antes posible.
La mayoría de las personas no dudaron de la sinceridad de Rashid. Si hubiera deseado tomar el poder, habría aprovechado la oportunidad para decapitar al Emperador y reclamar el trono. Pero no lo hizo. Además, Rashid reunió a los miembros de la familia real para mostrarles que el Emperador estaba en buenas condiciones.
Con el rostro enrojecido, Sol exclamó:
—¡Los que ayer lo acusaban de traición por intentar asesinar al Emperador, hoy lo alaban como un héroe que lo ha salvado!
Había sido un milagro logrado en tan solo un día. Rashid volvía a ser el príncipe heredero, más poderoso que nunca. Sin embargo, no mostraba ninguna señal de alegría. Siana tampoco.
Al notar la fría atmósfera entre ellos, Sol tragó saliva nerviosamente.
—¿Por qué está así el ambiente?
Ya había estado a punto de morir en prisión, y no quería sentir su vida amenazada de nuevo por el aire opresivo de la habitación. Despacio, comenzó a retroceder.
—Con su permiso, me retiraré. Descansen bien.
Sol abandonó rápidamente la sala, dejando a Rashid y Siana solos. En el silencio que siguió, Siana fue la primera en moverse. Se acercó a Rashid y, mirándolo desde arriba, frunció el ceño.
—Tienes sangre en la cara.
Siana mojó un pañuelo y comenzó a limpiar las manchas de sangre en su rostro.
Cuando las puertas del palacio se abrieron, Rashid había sido el primero en lanzarse al frente, liderando a sus tropas. Que el príncipe heredero, apodado el ‘Príncipe de la Sangre’, encabezara la carga desconcertó a los soldados del palacio, quienes no supieron cómo reaccionar. Algunos lo atacaron, considerándolo un intruso, pero el resultado fue desastroso. Rashid decapitó sin vacilar a todos los que se interpusieron en su camino.
La gente interpretó esa escena como la lealtad de un hijo desesperado por rescatar a su padre. O como el amor de un hijo hacia su padre. Sin embargo, Siana sabía la verdadera razón por la que Rashid se había ensuciado con tanta sangre.
Fue para que nadie pudiera impedirle matar a su madre.
El solo pensamiento era escalofriante.
Rashid, sentado, miró hacia arriba y le dijo a Siana:
—No tengas tanto miedo.
—…….
En la voz de Rashid se percibía el temor de que Siana pudiera odiarlo. Siana lo miró con una expresión indescifrable, luego sacó un sobre de papel de su bolsillo y se lo entregó.
Rashid preguntó:
—¿Qué es esto?
—Es una carta de la Emperatriz Viuda.
—¡…!
Los ojos de Rashid se agrandaron en ese instante. Sabía lo que esa carta probablemente contenía. En ese sobre había secretos de la Emperatriz que él desconocía.
Rashid negó con la cabeza.
—Quémala. No quiero leerla.
Ya había decidido eliminar a la Emperatriz. No quería saber nada más sobre ella.
Aun así, Siana colocó la carta en las manos de Rashid y le dijo:
—Entiendo cómo te sientes. Por eso dudé mucho sobre si debía darte esta carta.
Sabía que podría causarle más dolor a Rashid, que ya veía a la Emperatriz como su enemiga. Pero aun así, Siana creía que Rashid debía conocer el contenido de esa carta.
—Sea cual sea la decisión que tomes, siempre estaré de tu lado. Así que haz lo que desees. Ya sea que perdones a Su Majestad la Emperatriz… o no lo hagas.
—……
—Solo espero que tomes una decisión de la que no te arrepientas.
A diferencia de Siana, que no tenía ni un ápice de afecto por su familia, Rashid sí amaba a la Emperatriz. Ese sentimiento no desaparecía de la noche a la mañana, por más firme que fuera su determinación. Rashid, con la mirada vacilante, observó a Siana y finalmente asintió lentamente.
Siana sonrió y dijo:
—¿Debería salir mientras lees la carta?
Pero Rashid negó con la cabeza y agarró el dobladillo del vestido de Siana, como si temiera que un monstruo aterrador pudiera saltar en el momento en que abriera el sobre. Siana frunció el ceño y se sentó junto a Rashid, tomando firmemente su mano. Con el calor de Siana, la expresión rígida de Rashid se suavizó un poco. Lentamente, Rashid abrió el sobre.
⊱ ──────ஓ๑♡๑ஓ ────── ⊰
—María.
Una joven de diecisiete años giró la cabeza al oír su nombre. Su cabello rizado dorado y sus ojos azules como lagos la hacían destacar. Era María, hija del Barón Vishol, la única familia noble en un pequeño pueblo del este.
Quien la había llamado era su padre, el Barón Vishol. Con los ojos entrecerrados, como una comadreja, preguntó:
—¿A dónde crees que vas en vez de quedarte tranquilamente bordando?
El Barón Vishol, jefe de una familia noble caída en desgracia, era un hombre despreciable. Bebía casi todos los días, jugaba cada dos, y pasaba el resto del tiempo durmiendo sin preocuparse por nada. Por eso, cuando María tenía que hablar cara a cara con su padre, su expresión se endurecía sin que ella lo notara. Era una repulsión instintiva.
María se esforzó por controlar su expresión mientras respondía:
—Quedé de encontrarme con Evelyn.
Los ojos turbios del Barón Vishol brillaron por un momento al oír ese nombre. Evelyn era la hija de una familia que dirigía una empresa comercial considerable. En términos de posición, superaba con creces a la familia noble en decadencia. El Barón se acarició el bigote con arrogancia y murmuró:
—Aunque es plebeya, con su fortuna, supongo que no es una mala compañía. Diviértete.
—Sí.
Tras responder, María dejó escapar un suspiro de alivio en silencio mientras salía de la casa.
Poco después, llegó a una gran mansión. Era mucho más grande y hermosa que la modesta casa donde vivía. El jardín bien cuidado, los altos techos, y la luz del sol que entraba por las enormes ventanas destacaban su esplendor.
Desde la mansión, una joven salió corriendo y abrazó a María con entusiasmo. Tenía el cabello corto y morado, que le llegaba hasta las orejas, y unos ojos grises.
Era Evelyn.
—¡María, qué bueno que viniste!
María y Evelyn se conocieron hace diez años, cuando ambas eran mucho más pequeñas. La madre de María, la Baronesa Vishol, incapaz de soportar las dificultades económicas, comenzó a dar clases de etiqueta a Evelyn para ganar algo de dinero. La Baronesa no se sentía segura dejando a su hija con su marido borracho, por lo que siempre llevaba a María con ella a las lecciones.
Evelyn siempre recordaba aquellos días con una expresión de asombro.
( Recuerdo cuando te vi por primera vez, me sorprendí tanto. Pensé que la Baronesa Vishol había traído a una princesa. )
A pesar de que María llevaba un vestido viejo y un simple lazo en su cabello, brillaba intensamente. Ante el cumplido de Evelyn, María sonrió tímidamente.
—Yo también me sorprendí… porque eras tan increíble.
A pesar de tener la misma edad, Evelyn era mucho más alta que María. Además, llevaba el cabello corto, apenas cubriendo su cuello, y vestía una camisa blanca y pantalones de montar. Parecía el príncipe de ensueño que muchas chicas imaginaban. Al oír el elogio, Evelyn rió con su voz grave y rasposa:
—Tengo que admitir que soy bastante guapa.
—Es cierto. Si fueras un hombre, seguramente me habría enamorado de ti.
Al escuchar las palabras de María, Evelyn la miró con una chispa traviesa en los ojos.
—¿Hmm? Entonces, ¿te gusta Elliot porque se parece a mí?
Las mejillas de María se tiñeron de rojo al instante. Elliot era el hermano mayor de Evelyn, un año mayor, y el primer amor de María, aunque no correspondido. Evelyn se rió al ver la cara de María sonrojada como un tomate.
Justo en ese momento, una voz interrumpió su charla.
—Evelyn, ¿otra vez molestando a la señorita María?
Un joven apareció en el jardín donde las dos chicas conversaban.
Era Elliot, el hermano de Evelyn.
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