⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La familia del Marqués Medicis.
Eran los nobles más poderosos del este, y la hermana del actual Marqués era la mismísima emperatriz viuda del imperio. Para la familia del Barón Vishol, que vivía en un pequeño pueblo, incluso imaginar conocerlos era imposible.
Sin embargo, María no podía sentirse feliz con la invitación de los Medicis. Las condiciones de la invitación eran demasiado extrañas.
—¿Invitaron a mujeres solteras de entre quince y veinticuatro años? —preguntó.
Pero, a diferencia de María, la Baronesa Vishol no encontraba nada extraño en eso. No le parecía un detalle importante.
—¿Cuándo más tendrás la oportunidad de asistir a un baile en la casa de los Medicis? Es una gran oportunidad —dijo con entusiasmo.
Desde que la familia Vishol había caído en desgracia, no habían sido invitados a los eventos de otras familias nobles, y lo mismo le ocurría a María. Para la Baronesa, esta invitación inesperada era un regalo inesperado. Pero María frunció el ceño.
—Madre, no tengo ni un vestido adecuado para llevar —respondió.
—No te preocupes. Guardé un pequeño fondo de emergencia para una ocasión como esta. Comprar un vestido nuevo es imposible, pero puedo hacer arreglar uno de los vestidos que usé cuando era joven —contestó la madre con una sonrisa.
Ver a su madre tan animada, después de tantos años de preocupación por su situación económica, hizo que María se sintiera incómoda. Si ahora decía que no quería ir, seguramente la decepcionaría mucho, por lo que María no tuvo más remedio que asentir.
La Baronesa Vishol preparó todo con esmero para su hija. Arregló un vestido que había guardado en el armario durante años y pulió las joyas que llevaba para dárselas a María. También tuvo que contener al Barón Vishol, quien exclamaba:
—¡Deja de hacer tonterías y dame ese dinero a mí si te sobra!
Así fue como María terminó asistiendo al baile en la casa del Marqués Medicis. Bajó de un carruaje viejo con un vestido azul celeste, y a su lado estaba Evelyn, que llevaba un vestido sencillo de color azul marino.
—Gracias por acompañarme, Evelyn —dijo María con una sonrisa.
—No hace falta que me lo agradezcas. Vine porque quería, no por ti —respondió Evelyn con una sonrisa burlona.
Evelyn había insistido en acompañarla y hacer el papel de su doncella. Aunque su excusa fue que quería ver el famoso baile en la casa de los Medicis, la verdadera razón era que no podía dejar que María asistiera sola a un lugar como ese.
Gracias a Evelyn, María pudo entrar a la mansión con más tranquilidad. Sin embargo, ambas quedaron deslumbradas al ver el interior.
Todo en la mansión era increíblemente lujoso y brillante. Mirando el deslumbrante candelabro, incrustado con diamantes, Evelyn murmuró:
—Definitivamente, una familia de renombre como los Medicis es diferente. No se puede comparar con una pequeña empresa de comercio.
—Sí… —respondió María, igualmente impresionada.
Evelyn, que había crecido en una vida acomodada, estaba sorprendida, y para María, que vivía en una mansión en ruinas, el impacto era aún mayor.
Pero no solo la mansión sorprendió a María. Las mujeres en el baile también eran todas extremadamente elegantes y hermosas.
¿Quizás no me arreglé lo suficiente?, pensó María, sintiéndose insegura.
Evelyn notó su expresión y susurró:
—No te preocupes. Eres la más hermosa de todas aquí.
Y no lo decía solo para consolarla. María tenía una piel inmaculada, un cabello dorado brillante, unos grandes ojos azules y una figura delicada. No era algo que pudiera ocultarse con un atuendo sencillo.
Varias mujeres notaron la belleza de María y comenzaron a murmurar.
—¿Quién es esa señorita? —preguntaron.
—Es verdad, nunca la había visto —contestó otra.
Finalmente, unas cuantas mujeres se acercaron a María y le preguntaron su nombre.
—Soy María, de la familia del Barón Vishol —respondió.
Una de las mujeres exclamó sorprendida:
—¡Ah, sí, he oído ese nombre! Es una familia noble de un lugar lejano, pero han estado endeudados por mucho tiempo y ahora son más pobres que los plebeyos.
Las otras mujeres alzaron las cejas.
—Vaya, ya veo —dijeron con obvia burla.
Después de algunos encuentros más como ese, las mujeres dejaron de interesarse por María. Y para ella, eso fue un alivio. Desde el principio no había querido llamar la atención.
Como las sirvientas no podían entrar en el salón de baile, María se quedó sola en un rincón, tranquila. Ya he estado aquí el tiempo suficiente. Es hora de irme’, pensó. Entonces, salió del salón.
Pero Evelyn, quien debía estar esperándola fuera, no estaba por ningún lado.
Ahora que lo pienso, Evelyn dijo que si se aburría de esperar, iría a pasear por el jardín, recordó.
María decidió buscarla en el jardín, pero al llegar, se quedó sin aliento. Frente a ella había un hermoso jardín en plena floración, y lo que más llamó su atención fueron las hortensias blancas.
Se acercó a una de ellas, sonriendo al sentir su fragancia suave. Qué bonitas son, pensó. Quiero regalarle una a Evelyn y a Elliot.
Mientras se imaginaba sus reacciones, de repente, una voz grave la sorprendió.
—¿Quién eres tú? —dijo alguien.
María levantó la cabeza, asustada.
Bajo el cielo oscuro, iluminado por la luna amarilla, un hombre alto y amenazante la miraba desde arriba. Con su cabello plateado y ojos de color violeta intenso, el hombre irradiaba tanto belleza como fuerza. Pero María estaba demasiado asustada como para admirar su apariencia.
La abrumadora sensación de intimidación que emanaba del hombre era sofocante, como si fuera un león que acababa de despertar de una siesta para salir a cazar. El hombre volvió a hablar, dirigiéndose a María, que estaba paralizada.
—Te he preguntado quién eres, ¿no?
Su tono estaba teñido de irritación, como si le molestara que no le hubiera respondido de inmediato. Su atuendo elegante y su actitud arrogante dejaban claro que era de una familia noble de renombre.
El baile de hoy es solo para mujeres. ¿Será de la familia del Marqués Medicis? pensó María.
Sabía que no todos los nobles eran iguales y que debía mostrar respeto a aquellos de mayor rango. Eso era lo que dictaban las normas de la nobleza. María ocultó su incomodidad y bajó la cabeza levemente.
—Soy María, de la familia del Barón Vishol.
—¿Vishol? ¿Dónde queda eso? Nunca he oído hablar de ese lugar.
—Es una familia de un pequeño pueblo en el este —respondió María, deseando que con eso terminara la incómoda conversación.
Pero el hombre no parecía tener intención de dejarla ir.
—¿Una familia de un pequeño pueblo? Por eso estás tan mal arreglada. Apenas llevas maquillaje, tu vestido es lamentable, sin adornos, y esas joyas parecen baratijas —comentó él con desdén, pisoteando el orgullo de María sin compasión.
María se tensó, pero en lugar de responder con una palabra mordaz, simplemente se dio la vuelta. No quería seguir tratando con este hombre arrogante y cruel.
Sin embargo, cuando intentó irse, el hombre la agarró por la muñeca antes de que pudiera despedirse con cortesía. Antes de que María pudiera protestar por su falta de respeto, él murmuró:
—Tu muñeca es tan delgada… parece que se rompería si apretara un poco.
—¡…!
María estaba convencida de que el hombre, a pesar de su apariencia, no estaba en su sano juicio. Levantando una ceja, le habló con firmeza:
—Suelte mi mano.
—¿Y si no lo hago? ¿Me abofetearás? ¿O tal vez gritarás? —dijo él, con un brillo curioso en sus ojos, como si realmente estuviera interesado en lo que ella haría.
María sintió una oleada de vergüenza y enojo. Se sentía como si fuera el juguete de este hombre, y deseaba escupirle en la cara y abofetearlo con su mano libre. Pero sabía que si hacía eso, toda la atención de los invitados del baile se centraría en ellos. Además, era obvio que el hombre pertenecía a una familia mucho más poderosa que la suya, por lo que nadie la defendería.
No quería provocar una escena. Pero el hombre siguió provocándola.
—Vamos, dilo. No te soltaré hasta que me respondas.
Esa última provocación hizo que el enojo contenido de María estallara. Levantó la vista con determinación, sus grandes ojos mirando al hombre con severidad.
—En mi tierra natal, veneramos a la diosa de la maternidad y la venganza, Megnata. La diosa es bondadosa, pero nunca perdona a aquellos que lastiman a quienes ama. Siempre busca venganza.
—¿…?
—Rezaré a la diosa cada noche para que haga sufrir al hombre que me humilló solo por diversión —dijo María, en un tono tranquilo pero amenazante.
El hombre la miró atónito durante unos segundos antes de soltar una risita y agarrarse la frente.
—Pensé que eras un ángel, con esa carita incapaz de hacer daño a una mosca. Pero resulta que eres una bruja temible.
El hombre dejó de reír y miró a María, sus ojos de un violeta oscuro brillando de manera inquietante. Al encontrarse con su mirada, María sintió la urgente necesidad de escapar de él cuanto antes. Sacudió con fuerza su muñeca para liberarse, pero no pudo. Intentó usar su otra mano para apartar la suya, pero no sirvió de nada.
Cuando el miedo comenzó a apoderarse de ella, y justo cuando estaba a punto de gritar, escuchó la voz de Evelyn.
—¿María, dónde estás?
María aprovechó la oportunidad y gritó:
—¡Aquí, Evelyn!
Al escuchar la voz de María, Evelyn se acercó. Cuando los pasos se acercaron, el hombre finalmente soltó la muñeca de María, con una expresión de leve decepción en su rostro.
María no lo miró ni expresó ninguna queja. Simplemente se dio la vuelta y se alejó rápidamente, dejando claro que no quería tener nada más que ver con él.
El hombre, de pie entre las flores de hortensia desordenadas, murmuró para sí mismo:
—A pesar de que temblaba de miedo, me miró con esos ojos desafiantes….
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Qué adorable eres, María de Vishol.
N/Nue: Rashid en definitiva no es como ese bruto…
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