⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La sorprendente noticia de que el Emperador había propuesto matrimonio a María, la hija de los caídos Barones de Vishol, se extendió no solo en el pequeño pueblo, sino también hasta la capital lejana.
A diferencia de los rumores que la describían como ‘la mujer de la que el Emperador se enamoró a primera vista’ o ‘la mujer milagrosa que se convertiría en Emperatriz naciendo de una familia insignificante’, la apariencia de María era lamentable.
Su rostro estaba pálido y desprovisto de vida por no haber visto la luz del sol en mucho tiempo, y su cuerpo, debilitado por la falta de comida, parecía tan frágil que podría romperse.
El Barón de Vishol la había encerrado en una habitación y no le daba suficiente alimento.
Eso no era todo.
El Barón Vishol la amenazaba diariamente:
( El mismísimo Emperador te ha escogido, y en lugar de estar agradecida, ¿te atreves a oponerte? ¡¿Estás loca?! Si sigues rebelándote, te cortaré el cabello como un hombre y te mandaré a un convento. )
La Baronesa Vishol también rogaba todos los días a su hija:
( María, las mujeres nobles no pueden casarse por amor. Si sigues así, el amor del Emperador podría convertirse en ira. ¿De verdad quieres que eso pase? ¿Es que no te importa lo que le suceda a tu madre? )
A pesar de las constantes amenazas y súplicas de su padre y su madre, María mantenía la cabeza baja.
—Lo siento, pero no quiero casarme con el Emperador.
El Barón Vishol, incapaz de soportar la testarudez de su hija, levantó la mano.
¡Plaf!
El dolor en su mejilla.
A veces la golpeaba en las pantorrillas con una vara de cuero hasta dejarle hematomas.
El Barón tenía miedo de que se difundiera el rumor de que María estaba rechazando al Emperador, por lo que no dejaba que hablara con nadie.
Gracias a eso, María no había hablado con nadie fuera de su familia durante meses.
Con un rostro pálido y vacío, María estaba desplomada en la cama, sosteniendo el anillo que colgaba de su cuello mientras murmuraba:
—Debo encontrarme con Elliot, de alguna manera.
No quiero ser Emperatriz.
Si lo hago, Elliot seguramente me llevará a un lugar donde el Emperador no pueda alcanzarnos.
Esa era la única esperanza de María.
Esa esperanza se rompió un día de lluvia intensa.
El Barón Vishol entró por la puerta con una expresión fría y le dijo:
—Sígueme.
Era la primera vez que el Barón, quien siempre la regañaba o la golpeaba, le pedía que saliera de la habitación.
Con el rostro tenso, María lo siguió.
Llegaron al nivel más bajo de la mansión, y desde allí descendieron un piso más hasta el sótano.
El Barón Vishol empujó una pesada puerta de hierro.
Crrreee.
Era un espacio oscuro, sin luz solar, con un fuerte olor a moho… allí estaba Elliot.
—¡…!
María no pudo ni gritar, solo cubrió su boca con la mano.
Elliot estaba atado a una silla, y su aspecto era desgarrador.
Su rostro estaba hinchado y lleno de moretones, y todo su cuerpo tenía heridas de diversos tamaños.
El Barón Vishol dijo:
—No está muerto, puedes tranquilizarte. Solo está inconsciente por un momento.
—P… padre, ¿qué le ha hecho a Elliot?
—Desde luego, no planeaba tratarlo así desde el principio. Pero seguía insistiendo en verte, no importaba cuánto lo ahuyentara, así que no tuve más remedio.
El Barón Vishol continuó con una expresión sombría:
—Pensé que mostrarte a este tipo solo haría que te pusieras más terca, pero viendo tu cara, me doy cuenta de que me equivoqué.
Los ojos de María, que no habían flaqueado ni cuando la había privado de comida o golpeado, ahora estaban completamente destrozados. El Barón se dio cuenta de que había encontrado el arma perfecta para doblegar a su hija.
—María, el Emperador te ha elegido. Debes convertirte en su Emperatriz. Si no lo haces, tú, yo, tu madre y este hombre también moriremos de la peor manera.
Fue entonces cuando María comprendió.
Cuanto más intentaba proteger su amor, más lo hacía sufrir.
Ese día, María habló con una voz apagada:
—Deje ir a Elliot.
El Barón Vishol aceptó la petición de su hija sin objeciones. Sabía que finalmente había tomado una gran decisión.
María no intentó salir de la habitación sin permiso, ni mencionó que no quería casarse con el Emperador.
Al ver ese cambio en su hija, el Barón y la Baronesa Vishol derramaron lágrimas de alivio y alegría.
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María, con la ayuda de las sirvientas, se arregló.
Era la primera vez que se arreglaba desde el banquete en la casa del marqués de Meditian, hace varios meses.
Se cubrió el rostro con polvos hechos de perlas trituradas y tiñó sus labios de rojo con jugo de pétalos de rosa. El vestido que llevaba era obra del diseñador más renombrado del este.
Los Barones Vishol no pudieron ocultar su satisfacción al ver a María tan bien arreglada.
Estaba tan elegante y hermosa que era imposible imaginar que días antes había sido un cuerpo pálido y miserable.
María subió a la lujosa carroza que el Emperador le había enviado y se dirigió a la casa de Evelyn.
La mansión, que siempre había fascinado a María, ahora lucía muy diferente. Las flores, antes vibrantes, se habían marchitado, y la casa, antes armoniosa, estaba envuelta en una atmósfera de tristeza ineludible.
Allí estaba Elliot.
Allí estaba Elliot. Aunque su aspecto había mejorado un poco desde que lo vio en el sótano, seguía estando extremadamente delgado y sin vitalidad.
…Y estaba en una silla de ruedas.
Era una de las secuelas de la terrible golpiza.
Ya no podría correr con sus propias piernas. Nunca más.
A pesar de saberlo, pues el Barón de Vishol ya se lo había dicho, el dolor le oprimió el pecho.
María apretó los dientes.
No, esto no es por lo que vine.
María logró controlar la expresión de su rostro.
El mes que pasó practicando frente al espejo cada día dio resultado. Con una expresión tan fría como el viento de invierno, María se acercó a Elliot.
Elliot la miró, incapaz de creer que María estaba frente a él, y trató de correr hacia ella.
Pero no ocurrió ningún milagro en el que sus piernas sanaran al reencontrarse con la mujer que amaba.
Elliot cayó al suelo de manera miserable.
—¡…!
María, por un momento, estuvo a punto de ayudarlo, pero se detuvo, apretando las manos para contenerse.
Mirando a Elliot en el suelo, María habló:
—El Emperador finalmente ha logrado convencer a la Emperatriz Viuda y a los nobles. María de Vishol, de una familia caída, será coronada como Emperatriz.
—¡…!
Al entender lo que María estaba diciendo, Elliot mostró una expresión de dolor, como si le fuera insoportable escucharlo.
Pero María continuó hablando con frialdad.
—Ahora soy la mujer del Emperador. Así que debes olvidar todos los recuerdos que compartimos.
No fue una súplica desesperada. Fue una amenaza helada.
… O al menos, eso era lo que María deseaba que pareciera. Solo así Elliot podría renunciar a ella.
María abrió la boca para decir algo más, pero se mordió los labios.
Había llegado a su límite. No podía seguir diciendo palabras crueles, ni mantener esa expresión fría frente a él.
Le lanzó algo al hombre que yacía en el suelo mirándola con desesperación.
Cling.
Sobre el césped verde rodó un anillo plateado con un zafiro azul.
Era el anillo que Elliot le había dado a María, impregnado de su amor.
Al ver a Elliot, que miraba el anillo atónito, María no pudo evitar decir una última frase:
—Que seas feliz. Por favor.
… No era algo que debiera haber dicho.
Era una frase hipócrita, cargada de remordimientos.
Elliot, con los ojos muy abiertos, gritó:
—Ma-María, ¡espera un momento!
No puedo dejarte ir así. Solo quiero hablar contigo un poco más.
Quiero mirarte a los ojos, tomar tu mano y escuchar lo que realmente piensas.
Pero ignorando el grito desesperado de Elliot, María se dio la vuelta.
Elliot, que apenas podía caminar, no podía alcanzarla. Sólo podía arrastrarse por el suelo, llamando su nombre.
María salió rápidamente del jardín.
Esperándola afuera estaba Evelyn, que la miraba con una expresión de sufrimiento.
—¿Te despediste bien?
—Sí.
—…Entonces adiós, María.
Evelyn ya no la llamó ‘mi querida amiga’, como lo hacía antes.
María tampoco abrazó a Evelyn.
Ya no se les permitía ser así de cercanas.
Con el rostro inexpresivo, María subió a la carroza. En cuanto se cerró la puerta, rompió en llanto.
La gran carroza comenzó a moverse con un traqueteo, como si nada de lo que ocurría fuera importante.
Poco después, la carroza llegó al palacio imperial.
Mármol blanco, oro brillante, y obras de renombrados artistas adornaban el majestuoso palacio.
Incluso los nobles más importantes quedaban asombrados ante la grandeza del lugar, pero María no sintió nada mientras avanzaba.
Su destino era el Emperador, sentado en lo alto de un imponente estrado.
Con la corona dorada en la cabeza, el Emperador la miraba con una expresión de absoluto desdén.
Sus ojos la recorrieron de arriba abajo.
María ya no era la figura miserable que había visto por última vez. Había ganado algo de peso, sus ojos brillaban, y su atuendo era espléndido.
El Emperador entrecerró los ojos, satisfecho.
—Te has vuelto bastante presentable. Me gusta lo que veo.
En lugar de reaccionar ante sus vulgares palabras, María se arrodilló.
—Obedezco la orden de Su Majestad el Emperador.
El Emperador esbozó una sonrisa.
Era la sonrisa de un vencedor.
Se levantó de su trono y se acercó a María. Extendió su mano hacia ella.
María, lentamente, colocó su mano sobre la suya. En ese instante, el Emperador tiró de ella hacia su lado.
—Por fin estás a mi lado, María Vishol.
El Emperador no la había ignorado por completo durante todo ese tiempo. Había mantenido informados a sus subordinados sobre todo lo que le sucedía a María.
El Emperador sonrió aún más.
—No te preocupes tanto por haberte despedido de tu amado. Ahora tienes lo que todas las mujeres del imperio desean: el puesto de Emperatriz.
Unos meses después, se celebró la boda imperial entre el Emperador y María.
La Emperatriz viuda, profundamente decepcionada con su hijo por haberse opuesto a ella hasta el final, no asistió a la ceremonia. Los nobles, quienes inicialmente también se opusieron, terminaron cediendo bajo amenazas veladas del Emperador, ocultando su descontento mientras ocupaban sus asientos.
Cuando María apareció con su vestido de novia blanco puro, los nobles comenzaron a murmurar.
—Definitivamente, su apariencia es lo único aceptable.
—¿Y de qué sirve eso? Proviene de una familia insignificante, prácticamente igual que un plebeyo.
Aunque la ridiculizaban, los nobles estaban tranquilos por dentro.
Una Emperatriz sin respaldo y débil nunca podría controlarlos.
Como nueva Emperatriz, María debía seguir estrictas normas.
Siempre debía cuidar su apariencia y comportarse con elegancia para complacer al Emperador.
Nunca debía contradecir las palabras del Emperador, y debía hablarle con dulzura y atenderlo con esmero.
Además… debía aceptar con agrado compartir la cama con el Emperador y darle un hijo sano que heredara su linaje.
María siguió estas normas sin resistencia.
Lo más doloroso fue la primera noche.
Es como si insectos estuvieran arrastrándose por mi cuerpo’
Mientras ella apretaba los dientes, sintiendo asco y rechazo, el Emperador la abrazaba, sonriendo satisfecho.
—Con esa cara tan inocente, fingiendo no saber nada, logras hacer que cualquier hombre pierda la cabeza. Eres divertida, María Vishol.
—…Es un honor que lo diga, Su Majestad.
Sin embargo, a pesar de su tono afectuoso, los ojos de María, fuera de la vista del Emperador, destilaban un odio feroz.
Lo odiaba más que a sus propios padres, quienes nunca estuvieron de su lado. El Emperador, más que nadie, había arruinado el amor que una vez valoró profundamente.
De ahora en adelante, María se postraría ante él, cumpliendo con todas sus órdenes.
Le sonreiría cuando lo deseara y lo complacería en todo.
Y cuando ganara su confianza, en el momento más oportuno…
Te destruiré.
Una lágrima cargada de amargura cayó de los ojos azules de María.
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