⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La repentina noticia de la muerte del Emperador sumió no solo el palacio, sino todo el imperio, en una profunda conmoción. Algunas personas comenzaron a murmurar:
—¿No habrá cometido el príncipe heredero algún acto vil?
Sin embargo, ese rumor no obtuvo mucho apoyo y desapareció rápidamente. Rashid había cuidado al Emperador con esmero todo ese tiempo y no había dudado en llevarlo a la Torre de los Condenados.
—El príncipe heredero no tiene ninguna razón para cometer algo tan terrible en este momento —dijo el Duque Angelus, quien apoyaba a Rashid, con una expresión solemne.
Los nobles que habían expresado sus sospechas asintieron en silencio, incapaces de decir nada más. Aunque algunos seguían teniendo dudas, el poder de Rashid era demasiado abrumador para expresarlas abiertamente. Ahora, no era solo el príncipe heredero, sino el hombre que se convertiría en Emperador.
Comenzaron los preparativos para el funeral del Emperador. Tradicionalmente, los más cercanos a él, como su madre biológica, la Emperatriz viuda, o su esposa, la Emperatriz, debían encargarse de los arreglos. Sin embargo, la Emperatriz viuda, que se encontraba en el este, se negó a regresar al palacio.
—Mi salud no me permite hacer un viaje tan largo. Rendiré homenaje al Emperador desde aquí —dijo.
Aunque parte de su afirmación era cierta, otra parte no era más que una excusa. La Emperatriz viuda aún no había dejado atrás su resentimiento y odio hacia su hijo, incluso hasta el momento de su muerte. Derramó algunas lágrimas mientras celebraba el funeral en el este, pero su amor maternal no fue más allá de eso.
Siana, con el rostro apagado, comentó:
—Dada la situación, algunos sugieren que tal vez la Emperatriz debería encargarse del funeral.
Siana estaba frente a la Emperatriz, quien aún no había sido enviada a su lugar de exilio y permanecía encerrada en una habitación destinada a los miembros de la familia imperial. La Emperatriz frunció el ceño.
—¿Preparar el funeral del hombre al que controlé? ¿Están en su sano juicio?
—Aunque hay indicios de que usted pudo haber manipulado al Emperador, aún no hemos encontrado al hechicero ni obtenido pruebas completas. Por eso algunos creen que no es más que una acusación injusta y que usted es inocente —explicó Siana.
La Emperatriz nunca había utilizado su poder para atormentar a los más débiles. Siempre fue amable, y por ello, los sirvientes en el palacio aún la respetaban. Conociendo esto, la Emperatriz bajó las cejas.
Qué ingenuos. No los traté bien por bondad, sino para mantener mi posición con algo más de facilidad.
Solo había fingido para hacer su vida en el palacio más llevadera.
Mientras la Emperatriz mostraba una expresión compleja, Siana preguntó de nuevo:
—Si Su Majestad la Emperatriz lo desea, le permitiré organizar el funeral.
Por supuesto, eso no significaba que sería completamente liberada. Sería vigilada muy de cerca. La Emperatriz esbozó una sonrisa torcida, como si las palabras de Siana le parecieran absurdas.
—¿De verdad crees que quiero algo así? No eres tan ingenua.
—Aunque no le interese el funeral, es posible que desee ver el cuerpo del Emperador, ya que usted es la responsable de su muerte.
—¿…?
La Emperatriz guardó silencio por un momento, pero pronto una sonrisa tenue y perturbadora apareció en su delicado rostro.
—Veo que eres perspicaz —comentó.
Cuando comenzó a manipular al Emperador, fue lo primero que le susurró:
( Si no escuchas mi voz en más de diez días, confiesa al mundo los crímenes que has cometido y quítate la vida de la manera más miserable posible. )
Esas palabras malditas se grabaron profundamente en la mente del Emperador, más que cualquier otra orden. Y, exactamente diez días después de no ver a la Emperatriz, el Emperador cumplió la orden. No fue un suicidio, fue un asesinato.
A pesar de la atrocidad que había cometido, la Emperatriz parecía más que satisfecha.
—Esperé en esta habitación, ansiosa, pensando qué haría si llevaban al Emperador de inmediato a la Torre de los Condenados o encontraban al hechicero para romper el hechizo. Pero, por suerte, el tiempo fue perfecto —dijo.
Siana la observaba con una expresión complicada y le preguntó:
—¿Es feliz ahora que ha conseguido lo que quería?
La Emperatriz soltó una leve risa antes de responder:
—¿Cómo podría serlo…? Nunca hice esto con la intención de ser feliz —confesó.
Desde la muerte de Elliot, la única emoción que albergaba en su corazón era dolor. Aun así, había seguido viviendo, aferrándose a la vida, no por la felicidad, sino por venganza. Su plan original era controlar al Emperador y destruir todo lo que él valoraba, para luego devolverle la conciencia y hacerle experimentar una desesperación insoportable, tal como ella lo había sentido. Y luego, pensaba matarlo de la manera más dolorosa posible.
Sin embargo, algo extraño ocurrió. Aunque no logró llevar a cabo todo su plan, la Emperatriz se sentía en paz.
Si lo hubiera sabido, habría matado al Emperador mucho antes.
Al ver la ira y el resentimiento desaparecer de los ojos vacíos de la Emperatriz, Siana le dijo:
—No muera.
—¿…?
—No lo digo por usted. Lo digo por Su Majestad —aclaró Siana.
—……
—Su Majestad aún no ha resuelto sus sentimientos hacia usted.
Con el tiempo, Rashid podría perdonar y amar a su madre, o podría romper definitivamente su vínculo con ella. De cualquier manera, si la Emperatriz moría ahora, sería una herida profunda para él. Y Siana no quería que Rashid sufriera ese dolor. La Emperatriz debía vivir, al menos mientras Rashid la amara.
—A partir de este momento, la vigilarán constantemente. No podrá hacer ninguna tontería —advirtió Siana.
Con una expresión incrédula, la Emperatriz murmuró:
—Rashid ha elegido bien a su compañera. Ha encontrado a alguien que lo cuida profundamente.
—A Su Majestad le gustan las personas amables y cariñosas. Y cuando encuentra a alguien así, entrega todo su ser para amarlas —respondió Siana.
Siana continuó hablando.
—Al igual que lo hizo con Su Majestad, la Emperatriz.
—¡…!
Ante esas palabras, los ojos azules de la Emperatriz se sacudieron violentamente. Siana se levantó de la silla.
—Entiendo que no desea preparar el funeral. Tampoco asistirá, ¿verdad?
Así, no había más razón para que la Emperatriz permaneciera allí.
Al día siguiente, la Emperatriz salió de la habitación donde había estado encerrada. Afuera, un carruaje negro y modesto la esperaba, y frente a él estaba Evelyn, con un aspecto desaliñado. Evelyn abrazó a la Emperatriz con una expresión que parecía a punto de llorar.
—Pensé que no volvería a verte.
La voz temblorosa de Evelyn reflejaba el sufrimiento que había soportado durante ese tiempo. La Emperatriz, con el ceño fruncido, también la abrazó.
Sin embargo, el emotivo reencuentro de las dos mujeres no duró mucho.
El caballero, con una expresión severa, habló:
—No hay tiempo. Suba al carruaje.
En la voz del caballero no había ni una pizca de respeto hacia la Emperatriz. Solo había frialdad, como si tratara a una criminal. La Emperatriz no lo reprochó, sino que subió al carruaje en silencio. Antes de entrar, la Emperatriz se volvió.
Sus ojos se abrieron de par en par.
A lo lejos, un niño con cabello plateado y ojos violetas la observaba. El niño sonreía como un rayo de sol y gritaba:
—¡Madre!
Era una voz llena de afecto. Sin embargo, la imagen del niño desapareció de inmediato. Allí ya no había nadie. La Emperatriz frunció el ceño y mordió sus labios.
Ahora, ¿arrepentimiento? ¿Culpa? Qué absurdo.
Era algo impensable.
—¿Qué te ocurre, Maria? —preguntó Evelyn.
La Emperatriz, recobrando la compostura, dijo que no era nada y subió al carruaje. Pronto, el carruaje que transportaba a las dos mujeres comenzó a moverse, dirigiéndose al norte, donde azotaban fuertes ventiscas. Allí pagarían por sus pecados el resto de sus vidas.
En el momento en que las dos mujeres partieron, Rashid observaba la escena desde la ventana. Su rostro no mostraba ninguna emoción.
Aun así, Siana lo miraba con preocupación. Tomó su gran mano y dijo:
—No sufras demasiado. A partir de ahora, yo te haré feliz.
Con la suave voz de Siana, que intentaba consolarlo, Rashid frunció el ceño.
Aunque su padre había muerto y su madre se había marchado, Rashid estaba bien. Porque esas personas ya no eran importantes para él.
Aun así, abrazó a Siana con fuerza, como si fuera un niño caprichoso. La calidez y suavidad de su abrazo lo tranquilizaban, y sus ojos se suavizaron.
Años después, la Emperatriz y Evelyn murieron en el norte debido a una enfermedad local. Cuando Rashid escuchó la noticia, no pudo contenerse y derramó una lágrima. En ese momento, Siana lo abrazó con fuerza, al igual que lo hacía ahora.
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