⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
El administrador de la villa, que había estado de pie con una expresión desconcertada, se acercó a Rashid.
—Le mostraré su habitación, Su Alteza.
La habitación a la que lo condujo el administrador era más pequeña que la de Rashid en el palacio, pero destacaba por su decoración exótica. Además, más allá de las grandes ventanas se podía ver claramente el vasto mar azul.
Rashid se sentó junto a la ventana y observó el hermoso paisaje.
Sin embargo, su rostro ya no mostraba la admiración de antes.
Los pensamientos que llenaban su pequeña cabeza estaban dominados por la preocupación por su madre y el desprecio hacia sí mismo por no poder hacer nada para ayudarla.
El tiempo pasó y cayó la noche. Hasta entonces, la Emperatriz no había salido de su habitación.
Rashid murmuró, con la cara oculta entre las rodillas:
—¿Estará muy enferma…?
Decidió que debía comprobar el estado de la Emperatriz.
Salió de su habitación.
A diferencia del palacio, donde numerosos sirvientes y soldados vigilaban, los pasillos de la villa estaban en silencio y tranquilos.
Esto se debía a que los encargados de la villa, para asegurar el descanso de la familia real, se alojaban en una casa anexa fuera del edificio principal.
Poco después, Rashid llegó frente a la habitación de la Emperatriz y abrió los ojos con sorpresa.
La puerta estaba entreabierta, y cerca de ella había varias botellas de licor esparcidas.
¿Podría ser que mi madre haya estado bebiendo?
Con el rostro alarmado, Rashid miró por la rendija de la puerta.
En ese momento, sin darse cuenta, contuvo la respiración.
La Emperatriz estaba abrazando a Evelyn.
La Emperatriz siempre había tenido a Evelyn, su doncella favorita, cerca, a pesar de que tenía muchas otras sirvientas en el palacio.
Pero era la primera vez que Rashid veía a las dos compartir un gesto de afecto de esa manera.
Rashid sintió que había visto algo que no debía y su rostro se endureció.
Fue entonces cuando escuchó la voz de la Emperatriz.
—Este es el lugar donde Elliot me pidió que viniera. No puedo dejar de pensar en Elliot; me estoy volviendo loca.
El tono de la Emperatriz no era tan elegante y calmado como de costumbre. Sonaba como una niña pequeña, al borde del llanto.
Rashid comprendió de inmediato que su madre estaba borracha.
Estaba desconcertado.
¿Quién es Elliot y por qué causa tanto dolor a mi madre?
Antes de que pudiera seguir pensando en ello, la Emperatriz volvió a hablar.
—Él sabía lo que pasó entre Elliot y yo, por eso me envió aquí. Quería hacerme recordar a Elliot y hacer que me sintiera como si estuviera en el infierno. ¡Soy solo un juguete barato que él usa cuando está aburrido!
Era una alucinación de la Emperatriz.
Aquel hombre, el Emperador, no tenía ningún interés en un hombre muerto como Elliot.
El Emperador había enviado a la Emperatriz al lugar de descanso en el sur con Rashid simplemente como un gesto de buena voluntad, por más caprichoso que fuera.
Pero para la Emperatriz, este viaje era una tortura.
Con el rostro pálido, la Emperatriz murmuraba repetidamente las mismas palabras.
—Lo odio. Lo odio tanto. Si estuviera frente a mí, querría matarlo en este mismo instante.
En ese momento, los ojos de la Emperatriz y Rashid se encontraron a través de la puerta entreabierta.
Madre, lo siento. No quería espiarte en secreto. Solo estaba preocupado por ti… Rashid quería decir eso.
Pero no pudo pronunciar esas palabras.
La Emperatriz extendió la mano a través de la puerta y agarró su cabello plateado.
La fuerza era tan sorprendente que parecía imposible que viniera de un brazo tan delgado.
La Emperatriz tiró de Rashid hacia la habitación con una fuerza descomunal.
Rashid quedó paralizado, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. Sintió la presión del agarre en su delicado cuello.
La Emperatriz habló:
—Tú no eres el Emperador. Solo eres un asesino horrible, un criminal atroz.
—¡…!
—¡Es hora de que pagues por tus pecados! ¡Con tu vida!
La Emperatriz no estaba en su sano juicio.
Para ella, Rashid ya no era su joven hijo, sino el Emperador.
—Ugh…
Rashid luchó por respirar y, con el poco poder que tenía, empujó a la Emperatriz.
Ella soltó un pequeño grito y se alejó de él.
Pero no terminó ahí.
La Emperatriz apoyó las manos en el suelo, se levantó y se abalanzó de nuevo sobre Rashid.
Su rostro pálido y sus ojos azules, abiertos de par en par.
Ya no era la madre que le sonreía con dulzura.
Ahora era solo un demonio que intentaba hacerle daño.
—¡Ahhh!
Rashid gritó y salió corriendo de la habitación. Sintió cómo la Emperatriz lo seguía.
Finalmente, Evelyn intervino para detenerla.
—¡Maria, detente!
La Emperatriz, atrapada por Evelyn, gritaba como una bestia.
—¡Suéltame, Evelyn! ¡Tengo que matarlo! ¡Debo matarlo!
Debo matarlo.
Debo matarlo.
Las palabras repetidas decenas de veces resonaban en los oídos de Rashid, y no se desvanecían.
Así que siguió corriendo.
Salió de la villa, cruzó un camino cubierto de maleza, y siguió, siguió corriendo.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
Había corrido tanto por el oscuro camino nocturno que su cuerpo estaba hecho un desastre.
Su ropa, desgarrada por las ramas, estaba rota por todas partes, su cuerpo cubierto de heridas por las caídas, y sus pies descalzos sangraban tras correr por el camino de tierra.
—Ha… ha…
Frente a Rashid, que jadeaba pesadamente, apareció una pequeña cabaña de madera.
Era evidente que nadie vivía allí, pero Rashid, agotado tanto física como mentalmente, abrió la puerta no por decisión consciente, sino por puro instinto.
Estaba completamente agotado.
Creeeek…
La puerta de madera se abrió con un chirrido.
El interior de la cabaña estaba cubierto de polvo y olía a humedad, como si no se hubiera ventilado en mucho tiempo.
Sin embargo, Rashid no tenía tiempo para preocuparse por esas cosas.
Se dejó caer en un rincón de la cabaña. Enseguida, su pequeño cuerpo empezó a temblar.
No quería morir.
No era por su deseo de vivir.
Morir a manos de alguien a quien amas… eso sería demasiado horrible.
Rashid apretó los dientes. Lágrimas de tristeza se acumulaban en sus ojos color púrpura.
Ni siquiera pensó en secarse las lágrimas mientras pasaba la noche en vela.
La noche, que parecía eterna, finalmente terminó y el sol salió. A pesar de que había amanecido, Rashid seguía acurrucado en el rincón.
Entonces, escuchó el sonido áspero de una puerta chirriando al abrirse. De inmediato, su corazón, que había logrado calmarse durante la noche, empezó a latir con fuerza.
La mente de Rashid, en estado de pánico, se llenó de pensamientos.
¿Y si es mi madre? ¿Me perdonará si le suplico que me deje vivir? ¿Debería escapar a otro lugar antes de que me encuentre?
En ese momento, una voz clara resonó en dirección a Rashid.
—¿Estás bien?
No era la voz maliciosa de su madre. Tampoco era la voz ronca de Evelyn.
Era una voz clara, sin rastro de maldad.
—…
Rashid levantó lentamente la cabeza.
Una pequeña niña, con cabello rizado color miel y ojos esmeralda, lo observaba desde arriba.
Bajo la brillante luz del sol.
En ese momento, Rashid tuvo un pensamiento absurdo.
¿Será que la diosa, apiadándose de mí, ha enviado a un ángel?
La niña, con una expresión preocupada, le habló a Rashid.
—No pareces estar bien. Iré a buscar a alguien que pueda ayudarte.
Ante esas palabras, Rashid se puso serio y gritó:
—No, no. Si descubren que estoy aquí, vendrán a buscarme. Y esta vez, de verdad moriré.
Rashid temía que su madre lo encontrara en cualquier momento.
Al ver su rostro pálido, la niña asintió con la cabeza.
—Entiendo. Entonces, yo te ayudaré.
La niña no le preguntó qué le había sucedido a Rashid. Simplemente le trajo medicina y pan, y comenzó a cuidarlo con esmero.
La niña limpió las heridas del cuerpo de Rashid con una toalla caliente y luego aplicó ungüento sobre ellas. Mientras ella vendaba cuidadosamente sus heridas, Rashid comentó:
—Pareces bastante hábil.
—Yo también me lastimo a menudo. Mi madrastra es bastante estricta.
—…
Increíblemente, esas palabras ofrecieron a Rashid una pequeña sensación de consuelo.
No soy el único. Quizá lo que mi madre intentó hacerme no sea algo tan grave.
Mientras Rashid tocaba el vendaje en su cuello, la niña le dijo:
—Tu estómago debe estar vacío. No has comido bien, ¿verdad? No quiero que te enfermes por comer de prisa, así que te alimentaré.
La niña cortó el suave pan en pedazos y los llevó a la boca de Rashid. El rostro de Rashid se sonrojó un poco.
Había crecido recibiendo una estricta educación como príncipe. Desde que era muy pequeño, le habían enseñado a seguir reglas rigurosas en la mesa y a alimentarse solo.
Era la primera vez que alguien lo alimentaba de esta manera.
Me siento como un bebé que no puede hacer nada por sí mismo.
A pesar de la vergüenza, había algo en la situación que lo hacía sentir bien.
Así que Rashid, en silencio, aceptó el pan que la niña le ofrecía.
Luego, la niña extendió una manta en el lugar donde Rashid estaba sentado y le dijo:
—Si alguien viene, te lo haré saber de inmediato. Así que descansa tranquilo y duerme.
Rashid estaba agotado por no haber dormido ni un solo minuto la noche anterior. Aunque pensaba que nunca podría conciliar el sueño.
El terror de la noche anterior aún lo perseguía con claridad.
Pero, sorprendentemente, Rashid se quedó dormido en cuanto cerró los ojos. Un sueño profundo, sin sueños.
Cuando Rashid despertó mucho después, la niña aún estaba a su lado.
Bajo la luz del atardecer que se filtraba por la ventana, la niña sonrió suavemente con los ojos.
—¿Has dormido bien?
No era un error. No era una ilusión descabellada.
Esta niña es definitivamente un ángel.
Rashid lo pensó con total sinceridad.
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