⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Desde entonces, la niña visitaba a Rashid todos los días.
Cada vez que llegaba, aplicaba medicina fresca en las heridas de Rashid y sacaba la comida que había traído, organizándola de forma apetecible.
Cuando Rashid comenzaba a masticar lentamente, la niña hablaba emocionada, como si estuviera contando sus historias a alguien después de mucho tiempo, como una abuela parlanchina que finalmente encontraba a alguien dispuesto a escuchar.
—La historia de hoy es sobre la princesa del reino de invierno y un pequeño pájaro.
Rashid aguzó sus oídos y se concentró en la voz de la niña.
Entonces comenzó la historia de la niña.
En un reino invernal muy frío vivía una hermosa princesa.
Pero la princesa no podía soportar el frío en lo más mínimo, así que siempre debía quedarse dentro del castillo, junto a la chimenea encendida.
La princesa tenía un único amigo, un pequeño pájaro que entraba por la pequeña ventana de su habitación.
El pajarito sentía lástima por la princesa que no podía salir.
—El sol siempre es cálido allá en el cielo. ¿No crees que el sol sabrá cómo hacer que la princesa se caliente?
El pequeño pájaro emprendió un viaje para encontrarse con el sol. Pero el camino no fue fácil.
Los vientos soplaban con fuerza y las tormentas de nieve azotaban. Un día, hasta hubo truenos retumbando en el cielo.
Aun así, el pequeño pájaro no se rindió, y finalmente llegó hasta el sol.
El sol, con una cálida sonrisa, le dijo:
—Te he estado observando desde el cielo. Te daré un regalo por tu esfuerzo para ayudar a la princesa.
El sol le entregó un pequeño trozo de sí mismo, y el pajarito lo llevó de regreso a la princesa.
—Princesa, ahora podrás salir sin sentir frío.
La princesa, con el fragmento del sol en sus manos, salió del castillo. Afuera, la nieve cubría todo y soplaban vientos helados.
Pero la princesa no sentía frío.
Sosteniendo el fragmento del sol, la princesa sonrió radiantemente.
—Gracias, pequeño pájaro.
Rashid, quien escuchaba la historia con el rostro lleno de interés, comentó:
—Yo también soy muy sensible al frío. Qué envidia la princesa.
La niña rió con diversión al escuchar eso.
—Somos opuestos. Yo soy resistente al frío, pero no soporto el calor. Mi cuerpo es muy cálido.
Entonces, la niña extendió su mano y tomó la de Rashid. En el momento en que la suave mano de la niña tocó la suya, los hombros de Rashid se estremecieron.
La niña, cuya mano era mucho más pequeña que la de Rashid, comentó:
—Wow, tus manos están muy frías. Parecen de hielo en pleno invierno.
Rashid, con el rostro levemente sonrojado, respondió:
—Tus manos, en cambio, son muy cálidas. Como pan recién horneado.
—Comparar las manos de una dama con pan es bastante descortés.
Alarmado, Rashid, pensando que había cometido un error, se apresuró a disculparse:
—Lo siento.
—Es broma. A mí me gusta el pan. Es suave y delicioso.
Siana sonrió tímidamente antes de continuar:
—Se me ocurrió una idea. ¿Qué te parece esto? En los días calurosos de verano, me prestarás tus manos, y en los fríos días de invierno, yo te prestaré las mías. Así, ni el verano ni el invierno serán tan difíciles.
No lo decía en serio, solo lo mencionó como una broma sin mucha importancia.
Sin embargo, esas palabras se clavaron profundamente en el corazón de Rashid, haciéndolo sentir un cosquilleo en el pecho.
Había sentido su corazón latir fuerte por el miedo, pero nunca había experimentado algo como esto.
La niña miró al cielo teñido por el atardecer y, soltando un suspiro, se levantó.
—Ya es hora de irme.
Era una despedida que se había repetido durante varios días. Aun así, Rashid, con una expresión desesperada, agarró el dobladillo de su falda.
—¿Volverás mañana?
La niña respondió con energía.
—Por supuesto. Mañana traeré un montón de postres dulces.
—…Sí.
Rashid asintió con la cabeza mientras la observaba marcharse.
La niña se fue, y la oscuridad de la noche cayó.
Rashid se acurrucó con el rostro pálido.
Aunque era el mismo lugar, el tiempo que había pasado al mediodía parecía un paraíso, pero la noche, cuando estaba solo, era como un infierno.
En la oscuridad, donde no podía ver nada, la aguda voz de la Emperatriz resonó en su mente.
( ¡Debes morir! )
De repente, sintió como si le estuvieran estrangulando. Su respiración se cortó.
Rashid tocó con ambas manos su cuello vendado, mientras murmuraba incesantemente:
—Todo está bien. Todo está bien.
Aquí no está mi madre.
Mi madre no puede matarme.
Sudo frío mientras repetía esas mismas palabras cientos, miles de veces. Así pasó el tiempo hasta que la oscuridad desapareció y la brillante luz del sol entró por la ventana.
Solo entonces Rashid pudo relajarse.
—…Ya está, es de día.
La niña siempre llegaba después de que saliera el sol. Al pensar en la niña que llegaría pronto, una tenue sonrisa apareció en el rostro de Rashid.
Pero…
Ese día, la niña no vino.
Pasó un día, luego dos.
El tercer día sin la niña, Rashid, con una expresión decidida, agarró la manija de la puerta.
En ese instante, fue invadido por un terror abrumador.
¿Y si mi madre me está esperando cuando abra la puerta? ¿Con el olor a alcohol, lista para…?
Racionalmente, sabía que no tenía sentido. Pero para Rashid, sentía que eso podía suceder en cualquier momento.
Aun así, apretó los dientes y abrió la puerta.
Iba a buscar a la niña.
El mundo exterior, al que no había salido en mucho tiempo, estaba bañado por la luz del sol, haciendo que la cabeza de Rashid diera vueltas y su corazón latiera con fuerza.
Pero Rashid inhaló profundamente, decidido.
—Fuaa.
Después de repetirlo varias veces, el cuerpo de Rashid, que estaba extremadamente tenso, comenzó a calmarse un poco. Rashid se preguntaba cómo podría encontrar a la niña. A pesar de los días que pasaron juntos, Rashid no sabía el nombre de la niña. El miedo de que la Emperatriz pudiera encontrarlo lo había llevado a no decirle su propio nombre, y, de manera natural, la niña tampoco le había revelado el suyo.
Si hubiera sabido esto, le habría preguntado su nombre.
Lo único que Rashid sabía era cómo se veía la niña y que vivía en algún lugar cerca de allí.
Es una chica llamativamente bonita, así que si pregunto a la gente, debería poder encontrarla rápidamente… a menos que sea realmente un ángel, entonces sería imposible.
Pero antes de que Rashid pudiera comenzar a buscar seriamente a la niña, fue capturado.
—¡Aquí está, Su Alteza el Príncipe!
Rashid reconoció de inmediato quiénes eran. Eran los sirvientes que cuidaban la casa de campo. Rashid, capturado rápidamente por los sirvientes, gritó con ojos enfurecidos.
—¡Déjenme ir!
Rashid luchó ferozmente. Sin embargo, aunque era más grande que otros niños de su edad, Rashid solo tenía diez años. Además, había perdido toda su fuerza porque no había comido adecuadamente durante los días en los que la niña no había estado. Los sirvientes lo cargaron a la fuerza de regreso a la blanca casa de campo.
Y allí estaba la Emperatriz.
Al ver a la Emperatriz, el cuerpo de Rashid se puso rígido. Todo su cuerpo comenzó a temblar, su respiración se aceleró.
La Emperatriz se acercó a Rashid, quien estaba petrificado, y lo abrazó.
—¡…!
Con los ojos muy abiertos, Rashid escuchó a la Emperatriz hablarle con una voz temblorosa.
—Por mucho que quisieras explorar fuera de la casa de campo, ¿cómo pudiste escaparte sin decir nada? ¿Sabes cuánto me preocupaste al no regresar durante varios días?
Rashid no entendía en absoluto lo que la Emperatriz estaba diciendo.
Mientras observaba a la Emperatriz, un hombre se acercó. Era uno de los sirvientes que había traído de vuelta a Rashid.
—Tranquilícese, Su Majestad la Emperatriz. El príncipe tiene algunos rasguños menores, pero no hay heridas graves. Aunque parece que pasó algunos días perdido en el bosque, no parece que haya enfrentado ningún peligro serio.
El sirviente añadió:
—Puede que se haya asustado un poco al perderse y no poder regresar a la casa de campo.
La Emperatriz, todavía abrazando a Rashid, parecía al borde de las lágrimas.
—Gracias por encontrar al príncipe.
Los sirvientes, sorprendidos por el agradecimiento de la noble Emperatriz, respondieron rápidamente:
—No, Su Majestad la Emperatriz ha sido quien más ha sufrido buscando al príncipe todo este tiempo. Es un gran alivio que hayamos encontrado al príncipe ahora.
La Emperatriz asintió y frunció el ceño.
—Sin embargo, este asunto…
Los sirvientes entendieron de inmediato lo que la Emperatriz estaba insinuando.
Que el príncipe se hubiera escapado de la casa de campo y se hubiera perdido no era un asunto trivial. Si el Emperador o la familia imperial se enteraban, podrían criticar a la Emperatriz y a los trabajadores de la casa de campo por no haber protegido adecuadamente al joven príncipe.
El sirviente respondió:
—No se preocupe. Nos aseguraremos de que esta información no se filtre.
Al escuchar eso, la Emperatriz se mostró aliviada.
—Bien, confío en ustedes.
Momentos después, los sirvientes se despidieron y salieron de la habitación. Ahora, solo quedaban la Emperatriz y Rashid. Rashid seguía en los brazos de la Emperatriz.
Rashid nunca antes había sido abrazado de esa manera por la Emperatriz. A pesar de haber deseado durante tanto tiempo el abrazo de su madre, el rostro de Rashid estaba completamente pálido.
La Emperatriz miró a Rashid, quien permanecía rígido con el rostro blanco, y habló.
—Rashid.
Al escuchar la voz de la Emperatriz, Rashid levantó lentamente la vista. Y… el rostro que encontró era el mismo que el de aquella noche.
Una mirada de odio puro, los ojos fríos de un demonio aterrador.
—¡Aaah!
En ese instante, el terror de aquella vez se recreó en la mente de Rashid. Gritó y trató de escapar del abrazo de la Emperatriz.
Pero la Emperatriz agarró sus hombros con ambas manos y no lo soltó.
Sosteniendo su pequeño cuerpo con fuerza, la Emperatriz susurró con voz baja.
—Tranquilo. A quien odio es a tu padre.
—¡…!
—Si tu padre fuera alguien que pudiera sufrir por la muerte de un hijo, ya te habría matado. Pero no tiene ese tipo de instinto paternal. Si mueres, en lugar de estar triste, ordenará que te reemplacen con otro hijo. Y luego me obligará a soportar su asquerosa presencia nuevamente.
En ese momento, los recuerdos de la terrible primera noche con el Emperador invadieron la mente de la Emperatriz, y sus ojos azules se llenaron de un profundo desprecio.
Pero no era solo eso. La Emperatriz tenía ambiciones.
Destruir todo lo que el Emperador tenía y hundirlo en la desesperación.
Para cumplir ese sueño, Rashid era necesario.
Un hijo inteligente, fuerte… y completamente obediente, que siguiera solo a su madre.
La Emperatriz miró a Rashid. Los ojos de Rashid, que la miraban con miedo y desconfianza, mostraban algo que antes no estaba allí.
La Emperatriz frunció el ceño.
—Pero esto no puede seguir así. Ya no me obedecerás como antes.
La Emperatriz levantó una mano y cubrió la boca de Rashid. Los ojos de Rashid se abrieron de par en par.
—¡…!
Porque en su boca había colocado una pequeña pastilla.
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