⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
A continuación, se escucharon los anuncios de la llegada de la Emperatriz y la princesa.
En la entrada decorada con rosas, aparecieron tres figuras.
El Emperador Rashid, con su cabello plateado coronado por oro.
La Emperatriz Siana, con un vestido sencillo pero elegante, sosteniendo su vientre redondeado.
Y la princesa Iris, quien heredó el cabello plateado y los ojos violetas de su padre.
La imagen de la familia imperial, tan hermosa y armoniosa como un cuadro, hizo que los presentes sintieran calidez en sus miradas.
Los nobles, al ver a la familia que simbolizaba el imperio, inclinaron sus cabezas en señal de respeto.
El salón quedó en silencio cuando Rashid tomó la palabra.
—El banquete ha sido preparado con esmero por la Emperatriz, así que disfrútenlo al máximo.
Sus palabras eran simples y parecían carentes de entusiasmo, poco apropiadas para la apertura de un banquete tan espléndido.
Siana frunció ligeramente las cejas y continuó con su discurso.
—Agradezco a todos por asistir al banquete. La Fiesta de las Rosas es un evento libre de competencia y política, donde se celebra el amor puro. Que la diosa del amor, Roselinta, y las rosas bendigan a cada uno de los presentes esta noche.
Dulce. Elegante. Inteligente. Cálida.
Hermosa. Hermosa. Hermosa.
Los ojos de Rashid brillaron con intensidad mientras miraba a Siana, sintiendo cada una de esas emociones.
Siana, divertida por su expresión, sonrió con dulzura y levantó la mano.
Era el momento del baile de apertura, la responsabilidad del Emperador y la Emperatriz como anfitriones del evento.
La razón por la que Rashid, quien detestaba los banquetes, hacía una excepción con la Fiesta de las Rosas.
La música comenzó a sonar y la pareja imperial inició su baile.
Dado que era una danza en honor al amor, debía ser más apasionada y sensual que un simple baile de sociedad.
El año anterior, Siana había danzado con gran intensidad, su cabello dorado ondeando con cada giro.
Pero esta vez, al estar embarazada, no podía hacerlo.
Rashid la guió con sumo cuidado, mientras Siana movía los pies con delicadeza para evitar cualquier esfuerzo innecesario.
No era un baile ostentoso, pero transmitía un amor profundo y sincero.
¡Mamá, eres hermosa! ¡Papá, eres increíble!
Iris, quien estaba en brazos del caballero Sol, miraba a sus padres con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas como un durazno.
Los nobles compartían su misma admiración.
Muchos de ellos habían protestado cuando Rashid anunció que sólo tomaría una Emperatriz.
Para ellos, un Emperador debía casarse con mujeres de linajes poderosos para fortalecer su gobierno y engendrar tantos hijos como fuera posible para asegurar la estabilidad del imperio.
Pero al ver el amor genuino entre el Emperador y la Emperatriz, era difícil mantener una expresión rígida.
Claro, no todos pensaban de la misma manera.
Sharon era una de esas personas.
Bailar para celebrar el amor con ese vientre abultado como un cerdo…
A sus dieciocho años, la escena no le parecía en absoluto romántica.
Si Su Majestad tuviera otra concubina, no tendría que estar haciendo el ridículo así.
Si la Emperatriz estuviera en su lugar, una concubina joven, delgada y hermosa habría tomado la mano del Emperador y bailado con gracia y pasión.
Y Sharon deseaba ser esa concubina.
Por eso se había maquillado de manera seductora, adornado con joyas brillantes y vestido con la prenda más lujosa.
Para seducir al Emperador.
Madre siempre decía que cuando un hombre tiene hijos con su esposa, deja de verla como una mujer.
La respeta como madre de sus hijos, pero deja de sentir deseo por ella.
Sharon entendía esas palabras a la perfección.
La propia Emperatriz Siana era prueba de ello. Desde que quedó embarazada, había perdido gran parte de su encanto femenino.
Y eso representaba una oportunidad para Sharon.
Sé que Su Majestad aprecia a la Emperatriz, pero ese amor es el de una familia. Su deseo como hombre debe estar buscando algo más.
Una mujer nueva, joven y hermosa.
Los ojos de Sharon brillaron con ambición.
Era una mezcla de anhelo por el Emperador y ambición por convertirse en la consorte imperial.
Con una sonrisa tan bella como una flor, Sharon comenzó a caminar hacia Rashid.
Pero en ese instante…
—¡…!
Sus ojos se abrieron de par en par.
Alguien con cabello rojo la había bloqueado.
Era Aris.
¡De cerca es aún más hermosa!
Fue lo primero que le vino a la mente, de manera absurda.
Pero inmediatamente, Sharon levantó las comisuras de los labios.
A diferencia de los muchos nobles del Este, Sharon no tenía ningún interés en Aris.
Pero era la hermana del Emperador y una figura influyente rodeada de personas poderosas.
Si me llevo bien con ella, podría serme útil.
Con ese pensamiento, Sharon le habló con amabilidad.
—Su Alteza la princesa Aris, es un honor conocerla. Soy Sharon, hija del Marqués Ilios.
—No necesito tus saludos.
—¡¿…?!
Sharon abrió los ojos de sorpresa cuando Aris se acercó más y susurró en su oído.
—Si te atreves a acercarte a mi hermano otra vez… te mataré.
—¡…!
Las terribles palabras hicieron que el rostro de Sharon palideciera de inmediato.
Cuando logró recuperar la compostura, quiso gritarle a Aris, preguntándole cómo podía decir algo así, incluso siendo una princesa.
Pero no pudo hacerlo.
Aris había tomado su mano y entrelazado sus dedos con los suyos.
Su agarre era tan fuerte que el dolor le hizo brotar lágrimas involuntarias.
Y en el momento en que sus ojos se encontraron con los ojos violetas de Aris, Sharon lo entendió.
Aris hablaba en serio.
Se le puso la piel de gallina.
Su mano, atrapada por Aris, temblaba incontrolablemente.
Aris soltó una risa baja y, aún sujetando la mano de Sharon, la acercó para besarla.
—Por suerte, no eres tan tonta como para no darte cuenta de que tu vida está en peligro. Así que será mejor que tengas cuidado.
Era una sonrisa altiva, seductora y aterradora.
Sharon se desplomó en el suelo.
Olvidándose por completo de la dignidad que una dama noble debía mantener.
—Lady Sharon, ¿se encuentra bien?
Al verla caer, la gente comenzó a acercarse.
Desde donde estaba de rodillas, Sharon solo pudo mirar a Aris alejarse en la distancia.
Sus ojos temblorosos reflejaban una mezcla de confusión y fascinación.
Tal como les sucedía a tantos nobles del Este cuando la veían.
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Al día siguiente, después del banquete, Siana fue a buscar a Aris.
Mientras preparaba hábilmente una taza de té con leche, comentó con una sonrisa.
—Los nobles que asistieron al banquete de anoche están conmocionados. Dicen que la princesa Aris es hermosa y deslumbrante.
No era solo una simple cortesía.
Sin duda, la protagonista del evento de la noche anterior había sido Aris.
Con su sonrisa radiante como una rosa y su temperamento ardiente como una llama, había cautivado a todos.
Para los nobles de la capital, que no estaban acostumbrados a expresar sus pensamientos con sinceridad, la manera en que Aris hablaba sin reservas era absolutamente encantadora.
Siana, con una expresión satisfecha, añadió.
—He escuchado que algunos nobles incluso están considerando seguirla al Este.
Aris frunció el ceño con fastidio y asintió.
—Sí, como si ya no tuviera suficientes molestos seguidores. Ahora son aún más.
Siana no pudo evitar soltar una risa baja.
Aunque diga eso, a la princesa le gusta rodearse de personas.
Sobre todo porque Aris deseaba obtener poder a través del talento de otros.
Por eso, se esforzaba en ganarse a la gente y, una vez que alguien se convertía en su aliado, jamás lo dejaba ir.
El Emperador solía bromear diciendo que, si la princesa se enfadaba, podría provocar una rebelión… pero quizás no era solo una broma.
Con un gesto solemne, Siana asintió y continuó.
—Además, escuché otra historia interesante.
—¿Cuál?
Aris sorbió un poco de su té con leche mientras Siana hablaba.
—Dicen que la princesa Aris se encargó personalmente de una mujer que tenía intenciones desleales hacia Su Majestad el Emperador.
Aris escupió su té de inmediato.
—Vaya…
Siana frunció el ceño y le limpió la boca con un pañuelo.
Mientras se dejaba atender en silencio, Aris frunció el ceño.
—¿Cómo te enteraste? ¿Acaso esa mujer vino corriendo a contártelo?
—No. Lady Sharon no es de las que van hablando de estas cosas por ahí. Simplemente, lo noté.
Era imposible no darse cuenta.
Cada vez que había un banquete, Sharon siempre intentaba acercarse a Rashid con su sonrisa resplandeciente.
Pero anoche, su rostro estaba pálido y evitaba a toda costa al Emperador.
Cada tanto, lanzaba miradas furtivas hacia Aris.
Como si estuviera viendo a un fantasma que en cualquier momento vendría a atraparla.
Aris sonrió con ironía.
—Me alegra que sea una mujer que sabe escuchar. De no ser así, habría habido sangre…
Aris se cubrió la boca de inmediato, dándose cuenta de lo que había dicho.
Era un comentario demasiado cruel para decirlo frente a Siana.
Le preocupaba que ella, quien todavía la llamaba ‘princesa’, se sintiera decepcionada.
Sin embargo, en lugar de reprenderla, Siana le sonrió radiante.
—Gracias, princesa.
—…….
—Aunque dije que no era gran cosa, en realidad, ella me molestaba desde hace tiempo. Quería gritarle que dejara de lanzar sus sucias insinuaciones hacia mi esposo. No se imagina lo aliviada que estoy de que se haya encargado de ella.
—¿De verdad?
—Sí.
La respuesta pura y clara de Siana hizo que Aris se sintiera de inmediato orgullosa.
—Si alguna otra mujer intenta algo parecido, dímelo. Correré a deshacerme de ella en cualquier momento.
Siana sonrió como si no pudiera hacer nada al respecto.
—Parece mentira que la futura flor de la sociedad diga cosas tan aterradoras.
—¿Yo, la flor de la sociedad?
Siana asintió con la cabeza.
A pesar de tener solo dieciocho años, Aris ya poseía una gran influencia y un atractivo irresistible.
Con el paso de los años, cuando madurara aún más, se convertiría en la flor más deslumbrante de la alta sociedad imperial y dominaría a las demás damas.
Sin embargo, Aris negó con la cabeza como si la idea fuera absurda.
—Eso nunca pasará. Mientras yo viva, la flor de la sociedad serás tú.
—¡…!
Aris acarició el rostro de Siana, que la miraba con los ojos muy abiertos, y continuó.
—Voy a convertirme en la persona que te haga brillar. Porque tú eres mi Siana.
Los ojos violetas de Aris brillaron como una joya recién tallada.
En aquella mirada se reflejaba un deseo intenso, casi frenético, una devoción inquebrantable.
Siana bajó ligeramente las cejas.
Después de todo, la princesa es de la misma sangre que Su Majestad.
La forma en que pronunciaba esas palabras con una dulzura estremecedora, con un rostro increíblemente hermoso, era exactamente igual a la de su hermano.
Y, sorprendentemente, eso no le molestaba.
—Con una princesa como usted, no hacen falta diez príncipes.
Siana respondió a las palabras de Aris con una sonrisa radiante como el sol.
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