⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue

Siana se limpió las gotas de sudor de la frente y levantó la comisura de sus labios.  

Una toalla blanca ondeando bajo un cielo azul sin una sola nube…  

—Me gusta.  

Sin embargo, la satisfacción de Siana no duró mucho.  

Fue por la voz áspera que se oyó a su lado.  

—Maldita sea, al fin hemos terminado. ¿Cuánta ropa sucia puede haber?

—Ni me lo digas. Me duelen los brazos como si fueran a caerse.

—Últimamente me han salido tantos músculos que mis bíceps deben ser más grandes que los del herrero Jack. ¿Quieres ver?

En fin, todos son tan toscos.  

Siana sacudió la cabeza y se giró.  

Las mujeres, que estaban presumiendo de sus fornidos brazos, llevaban el mismo uniforme grisáceo y delantales blancos que Siana.  

Siana y las mujeres eran doncellas en prácticas encargadas de todo tipo de tareas menores en el palacio imperial.  

—Decir que somos doncellas es solo un eufemismo, en realidad no somos más que esclavas a las que explotan sin pagar.

Las doncellas del palacio imperial se clasificaban en tres niveles:  

Las doncellas de rango superior cuidaban atentamente a los miembros de la familia real, escuchando sus historias.  

Las doncellas de rango medio gestionaban los diversos departamentos del palacio imperial.  

Las doncellas de rango inferior realizaban trabajos como lavar la ropa o limpiar.  

Sólo las nobles podían ser doncellas de rango superior, pero las doncellas de rango medio e inferior podían ser plebeyas.  

Por eso, muchas chicas de todo el continente se apresuraban a convertirse en doncellas del palacio imperial.  

Claro que no era un camino fácil.  

Si no tuvieran la meta de convertirse en doncellas oficiales del castillo, ya habrían huido hace tiempo.  

Quizás, lo único bueno era que, debido al arduo trabajo, las doncellas en prácticas se llevaban bien entre sí.  

—Descansemos un rato antes de volver. Si volvemos temprano, seguro que nos encontrarán más trabajo diciendo que las doncellas en prácticas no hacen nada.  

—¡Eso es!

Asentir, asentir.  

Las doncellas se miraron con seriedad, como si hubieran tomado una decisión importante.  

Las doncellas se sentaron en pequeños grupos.  

Siana también se sentó a un lado y se masajeó los dedos llenos de ampollas.  

—Cada vez que lavo la ropa, mis dedos acaban hinchados como salchichas. Qué cuerpo tan frágil el mío.  

Estaba frunciendo el ceño al ver cómo su cuerpo reflejaba cualquier esfuerzo, cuando alguien gritó.  

—¡Chicas, miren allí! ¡Es la princesa Grace!

¡La princesa!  

Al oír esa palabra, las doncellas, que estaban lánguidas como calamares secos, se pusieron de pie de un salto.  

Siana también se levantó, sorprendida, y se unió a las doncellas, pegándose a la pared.  

Mirando a lo lejos la figura de la princesa, las miradas de las doncellas se volvieron extasiadas.  

Cabello negro como el ébano, un vestido lujoso adornado con decenas de joyas, un rostro bien cuidado, limpio como la porcelana.  

—Vaya, es hermosa.  

—Sí, de verdad que lo es.

Las doncellas continuaron hablando con rostros absortos.  

—Imagínate nacer siendo hija del Emperador. ¿Qué tan feliz debe ser?

—Ni lo digas. Puede usar cualquier ropa que quiera y comer todo lo que desee… Su vida debe ser como un paraíso.

Siana, que estaba entre las doncellas parloteando, murmuró:  

—No creo que sea tan feliz.

Las doncellas la miraron con ojos muy abiertos, como si no entendieran lo que decía.  

Siana, con la barbilla apoyada en la mano, habló con una expresión indiferente.  

—Para empezar, ese vestido debe ser muy pesado. No pesa menos de 20 kg. Es como llevar un cerdito en brazos todo el día.  

—¿2… 20 kg?  

Siana asintió y continuó.  

—Además, el corsé que lleva bajo el vestido es extremadamente incómodo. Es como si un gigante te agarrara el torso y te apretara, esperando a que dejes de respirar.  

Siana bajó sus largas pestañas y siguió hablando.  

—Lo más difícil es tener que mantener una cara tranquila en esas condiciones. A veces incluso tiene que sonreír radiante. ¿Todavía piensas que la princesa parece feliz?

Las doncellas miraron a Siana con expresión aturdida.  

Para ellas, hijas de plebeyos, la princesa siempre había sido una figura perfecta y hermosa, como salida de un cuento de hadas.  

Nunca se les había ocurrido pensar en los problemas reales de la princesa.  

Una de las doncellas, que parpadeaba sin cesar, frunció el ceño y preguntó:  

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

Siana sonrió y respondió para sí misma:  

Es que hasta hace unos meses yo también era una princesa.