⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Después de un momento, Siana recuperó la compostura y volvió a pensar en la flor.
Como es la primera flor del verano, tal vez debería colocarla en el despacho de Su Majestad…
Rashid adoraba cualquier cosa que Siana le diera.
Seguramente sonreiría radiante de felicidad.
Sin embargo, al poco tiempo, Siana cambió de opinión.
—No me siento bien arrancando una flor que se parece a la princesa Aris.
Acariciando los pétalos de la flor roja, continuó hablando.
—Mejor traeré a Su Majestad esta noche para verla juntos.
A la princesa Aris le queda mejor el cielo abierto que un estrecho jarrón.
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8:00 a. m.
Después de terminar su trabajo en la huerta, Siana se dirigió a la sala de costura, donde confeccionaban las vestimentas de la familia imperial.
A diferencia de la cocina, Siana no visitaba a menudo la sala de costura, por lo que las doncellas allí estaban mucho más nerviosas que las de la cocina.
—Saludos a Su Majestad, la Emperatriz.
Siana les sonrió con suavidad mientras aceptaba su saludo.
Las doncellas trajeron dos conjuntos de ropa recién confeccionados.
Uno para Rashid y otro para ella.
En realidad, ni Rashid ni Siana prestaban demasiada atención a la vestimenta.
Rashid simplemente no pensaba en ello, y Siana era ahorrativa.
No le gustaba derrochar los fondos del tesoro imperial en ropa.
Si por ella fuera, se haría un solo vestido de Emperatriz, como los uniformes de doncella, y lo usaría todos los días.
Pero la apariencia de la Emperatriz estaba ligada al prestigio del imperio, por lo que no podía hacerlo.
Así que ideó una solución: en lugar de hacerse nuevos vestidos con frecuencia, modificaba los que ya tenía.
Siempre que no hubiera un gran evento, hacía pequeños arreglos a sus vestidos para reutilizarlos.
Una doncella de la sala de costura le mostró su vestido y explicó:
—Como solicitó, añadimos encaje en los puños y cambiamos el adorno del pecho.
Con solo esas modificaciones, el vestido parecía completamente diferente.
Al menos, nadie diría que la Emperatriz usaba el mismo vestido todos los días.
Siana asintió con satisfacción.
Ahora era el turno de revisar la ropa de Rashid.
Aunque no era exigente con su propia vestimenta, sí lo era con la de él.
Su mirada se volvió afilada, en marcado contraste con su actitud anterior.
Aunque era una Emperatriz de carácter gentil, cuando se trataba del Emperador, su meticulosidad rozaba la obsesión.
Las doncellas tragaron saliva, sintiendo la tensión en el ambiente.
Después de un momento, la expresión de Siana se relajó y sus ojos se suavizaron.
—¡Es magnífico!
—¡…!
—Han logrado confeccionar una vestimenta que realza la majestuosidad de Su Majestad. Son realmente talentosas.
Si algo no le gustaba, lo señalaba sin piedad, pero cuando el trabajo estaba bien hecho, no escatimaba en elogios.
Las doncellas, que habían estado tensas, finalmente se relajaron y sonrieron con orgullo.
Valió la pena pasar varias noches sin dormir.
Siana les entregó un trozo de tela blanca.
Era un bordado con el emblema de la familia imperial.
—¡Ohhh…!
Incluso las doncellas, que llevaban años confeccionando ropa, quedaron asombradas por la delicadeza y la belleza del bordado.
Era una obra hecha a mano por la misma Siana.
Puede que no pueda confeccionar toda la ropa de Su Majestad, pero al menos quiero hacer los bordados que adornan sus prendas.
Señaló la parte del pecho en la vestimenta de Rashid.
—Pónganlo aquí.
—¡Sí, déjelo en nuestras manos!
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A continuación, Siana se dirigió a la biblioteca.
La biblioteca imperial era inmensa y albergaba una cantidad exorbitante de libros.
Parecía un desperdicio que solo unos pocos miembros de la familia imperial pudieran usarlos.
Siana quería abrir la biblioteca al público para que más personas pudieran leer.
Sin embargo, hacerlo pondría en riesgo la seguridad de la familia imperial, además de aumentar el peligro de que los libros antiguos se dañaran.
La solución que ideó fue seleccionar los libros que no se habían leído en mucho tiempo ni se leerían en el futuro y enviarlos a bibliotecas externas.
Le entregó una lista al mayordomo encargado de la biblioteca.
En ella estaban los libros destinados a ser enviados fuera del palacio.
El anciano mayordomo, de cabello canoso, sonrió con satisfacción.
—Los libros estarán felices. En lugar de pudrirse en el olvido, ahora irán a un lugar donde serán bien recibidos.
Después de trabajar décadas en la biblioteca, el mayordomo tenía una gran afinidad con Siana.
—Que les vaya bien, libros.
Siana les hizo un gesto de despedida.
Cuando salió de la biblioteca, llevaba consigo algunos libros.
—Un país con rey y un país con ciudadanos.
Un libro sobre el arte de gobernar un país.
—Pan recién horneado, dorado y crujiente.
—Enciclopedia de pequeños y adorables animales del mundo.
Eran libros que reflejaban perfectamente los gustos de Rashid y Siana.
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11:00 a. m.
Después de recorrer el palacio, Siana regresó a su habitación.
Rashid seguía profundamente dormido, envuelto en la cálida manta.
Siana se acercó a su oído y susurró:
—Despierta, dormilón.
—…
Por lo general, Rashid reaccionaba de inmediato a cualquier cosa que Siana dijera, como un perro bien entrenado.
Pero hoy, ni siquiera se movió.
Siana volvió a susurrar:
—Tengo hambre.
En ese instante, Rashid abrió los ojos de golpe.
Siana abrió los ojos de par en par al ver las pupilas violetas que brillaban como joyas bajo la luz del sol.
Cuando tiene los ojos cerrados, parece un niño inocente, pero cuando los abre, se ve como un hombre realmente peligroso.
A pesar de que era un rostro que veía todos los días, en momentos como este, su corazón siempre latía con fuerza.
Rashid sonrió con languidez y abrazó a Siana.
—Buenos días.
El tono de su voz, más grave que de costumbre, hizo que el corazón de Siana latiera aún más rápido.
Con el rostro ligeramente sonrojado, Siana respondió:
—No es por la mañana, es por la tarde.
—Entonces, buenas tardes.
Corrigiéndose inmediatamente, Rashid levantó la comisura de los labios.
—Te extrañé.
—Yo también.
Como estaba en los brazos de Rashid, podía escuchar claramente el sonido de su corazón.
Tum, tum, tum.
Su rostro parece tan tranquilo, pero su corazón está latiendo violentamente.
Apretando más su abrazo, Rashid murmuró:
—Quiero quedarme así para siempre.
—No podemos. Es hora de levantarse. Hay muchas cosas por hacer.
Rashid dejó escapar un pequeño suspiro.
¿Por qué tenía que ser Emperador…?
Si no fuera Emperador, podría haber pasado el día entero abrazando a Siana, desde la mañana hasta la noche.
Si no fuera Emperador, podrían haber viajado juntos por hermosos paisajes desde la primavera hasta el invierno…
Con un tono de voz atormentado, Rashid dijo:
—Ojalá nuestro hijo nazca y crezca pronto. Le cederé el trono.
En lugar de reprenderlo por decir algo tan infantil, Siana asintió con la cabeza.
—Es una buena idea. Entonces podrán divertirse tanto como quieran.
A diferencia de otros Emperadores, Rashid no permitía que las doncellas lo atendieran; él mismo se lavaba el rostro y se vestía.
Aunque Siana lo ayudaba a peinarse y dar los últimos retoques a su atuendo.
—Hoy también te ves increíble.
Al escuchar el cumplido de Siana, las mejillas de Rashid se inflaron un poco.
Nunca le había importado su apariencia, pero desde que comenzó a amarla, empezó a gustarle ser atractivo.
Con voz suave, Rashid susurró al oído de Siana:
—Tú también eres hermosa. Tanto que me deslumbras.
El rostro de Siana se puso tan rojo como una manzana.
Al mismo tiempo, detrás de la puerta, Sol tenía el ceño fruncido con una expresión de fastidio.
No podía saber exactamente qué ocurría dentro de la habitación, pero un aura rosada se filtraba por la puerta.
Al menos no tengo que verlo ni escucharlo directamente.
Si lo hiciera, no podría soportarlo y su cuerpo entero se llenaría de urticaria.
Una vez listos, Siana y Rashid se sentaron frente a frente en la mesa del comedor.
Siana solo había tomado un desayuno ligero antes de ocuparse de varias tareas, así que tenía mucha hambre.
Rashid, por otro lado, tenía buen apetito sin importar la hora del día.
—El pan con miel está suave y dulce.
—El pollo también está delicioso.
—Los tomates están tan frescos que explotan en la boca.
—El cerdo también está bueno.
Aunque sus gustos eran ligeramente diferentes, la manera en que disfrutaban la comida era exactamente la misma. Las doncellas rieron por lo bajo al verlos.
Después de la comida, llegó el momento favorito de Rashid: la hora del té. Como siempre, Siana fue quien le sirvió el té.
Rashid la miró con ojos brillantes mientras ella sostenía la tetera.
En momentos como este, Siana sentía como si estuviera de vuelta en el pasado.
Cuando ella era solo una doncella y él era el lejano príncipe heredero.
Aunque el brillo de sus ojos llenos de emoción cuando me mira sigue siendo el mismo…
Sonriendo, Siana vertió el té.
Chorrr…
El vapor subió suavemente de la taza, esparciendo un dulce aroma.
Después de tomar un sorbo, Rashid sonrió con la inocencia de un niño.
—Está delicioso, Siana.
Ojalá, incluso cuando lleguemos a ser un anciano y una anciana de cabello canoso, este momento nunca cambie.
Siana oró en silencio mientras acercaba la taza a sus labios.
Bajo el cálido sol, con el aroma del té flotando en el aire y el amor compartido entre los dos.
Era un momento de felicidad absoluta, pero no podían disfrutarlo por mucho tiempo.
Sol entró, como si su vida dependiera de ello, e informó:
—Majestad, la reunión del consejo está a punto de comenzar.
Cancélala.
Rashid estuvo a punto de decir esas palabras, pero no pudo.
Porque en ese momento, Siana le sonrió y le extendió la mano.
—Es hora de ir a trabajar.
Rashid nunca había tenido mucho interés en la administración del reino.
No tenía el deseo de ejercer un poder absoluto.
Pero Siana lo deseaba.
Ella quería que él fuera un gobernante diligente, compasivo, competente y fuerte.
Así que, ¿qué otra opción tenía?
No tenía más remedio que obedecerla.
Con una expresión llena de pesar, Rashid se levantó con gran esfuerzo.
Para animarlo, Siana le dio un beso en los labios.
—Ánimo hoy también, Su Majestad.
—Otra vez.
Chup.
Cuando Siana lo besó de nuevo, la cara de Rashid, que parecía estar a punto de morir, recuperó un poco de color.
—Tú vete primero.
—No quiero. Su Majestad debe ir primero.
—No puedo irme sin ti. Así que vete primero.
—Está bien.
Mientras observaba la desgarradora escena de despedida entre los dos, Sol estaba completamente perplejo.
Por Dios, cualquiera diría que no se van a ver nunca más. Y eso que se verán otra vez en la cena.
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