⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
1:00 p. m.
Mientras Rashid estaba en la sala del consejo imperial con el ceño fruncido, Siana se encontraba en el despacho de la Emperatriz.
Si la mañana se dedicaba a cuidar de Rashid como esposa, las tardes se reservaban para sus deberes oficiales como Emperatriz.
La primera tarea era leer las peticiones enviadas al palacio.
Hoy también hay una cantidad abrumadora.
Personas de todas las clases, desde plebeyos hasta nobles y extranjeros, enviaban sus peticiones.
Normalmente, un funcionario se encargaba de revisar primero las peticiones y decidía cuáles presentar al Emperador o a la Emperatriz.
Pero desde que Siana se convirtió en Emperatriz, insistió en leer todas las peticiones personalmente.
Quería conocer de primera mano las verdaderas inquietudes de la gente, sin que fueran filtradas por otros.
Conflictos de poder entre familias nobles.
Debates sobre la reforma tributaria.
Los asuntos importantes que requerían discusión con Rashid se clasificaban por separado.
Todo lo que podía manejar desde su posición de Emperatriz, lo resolvía ella misma sin involucrar a Rashid.
Denuncias de soborno contra funcionarios de alto rango.
Historias trágicas de personas despojadas de sus bienes por poderosos.
…Y también había quejas sobre la Emperatriz.
Aunque las peticiones comenzaban respetuosamente con un ‘Con el debido respeto a Su Majestad la Emperatriz’, el contenido a menudo incluía críticas hacia Siana.
Mientras Siana examinaba intensamente un documento, una doncella le informó:
—Su Majestad, el Marqués Ronald ha llegado.
—Hazlo pasar.
Poco después, el Marqués Ronald entró en la sala.
Era un caballero de edad avanzada, respetado por los nobles como una figura de autoridad.
El Marqués se inclinó con cortesía.
—Rindo mis respetos a Su Majestad la Emperatriz. Gracias por concederme esta audiencia.
Siana, sentada con las manos juntas, sonrió amablemente.
—Has enviado peticiones apasionadas tres veces seguidas. Eso significa que tienes algo importante que decirme.
—Sí, deseaba hablar con usted cara a cara.
Ante el gesto de Siana para que continuara, el marqués habló con determinación.
—Su Majestad, ahora que ha ascendido al trono como Emperatriz, debe comportarse de manera acorde.
—Tiene toda la razón.
Al ver que Siana estaba de acuerdo, el rostro del Marqués Ronald se llenó de confianza.
—Ya que me ha permitido hablar con libertad, seré franco. Se dice que visita la cocina todos los días. Y que envía los libros valiosos del palacio a bibliotecas donde cualquier plebeyo puede leerlos.
Hasta aquí ya era sorprendente, pero había algo aún más impactante.
—Y además, he oído que usa lenguaje formal con sus subordinados.
—Sí, es cierto.
La expresión del marqués se torció ante la respuesta despreocupada de Siana.
—¡No debe hacerlo! Aunque sea de una nación derrotada y haya servido como doncella en el pasado, ahora es indiscutiblemente nuestra Emperatriz. ¡Debe mantener la dignidad de su posición!
En realidad, Ronald no era el único que había criticado la conducta de Siana desde que se convirtió en Emperatriz.
La mayoría susurraba a sus espaldas por temor a Rashid, pero algunos se atrevían a confrontarla directamente.
Las razones de estos enfrentamientos solían ser dos: menospreciarla o preocuparse sinceramente por ella.
Pero la respuesta de Siana siempre era la misma.
—Entiendo lo que dice, Marqués Ronald. Sin embargo, no creo que la dignidad de una Emperatriz se mantenga simplemente sentándome elegantemente en un trono, evitando la mirada de todos y tratándolos con desprecio.
—¡…!
—Respeto a mis subordinados, pero mantengo claramente los límites. Escucho lo que deben decir, ignoro lo que no es relevante y reprendo cuando es necesario. Todo de manera firme.
Con una mirada serena, Siana continuó:
—¿Podría confiar en mí y observarme? Seré una Emperatriz cálida como el sol, pero con una fuerza innegable.
Su voz era suave, y sus ojos, amables.
Sin embargo, el Marqués sintió en la delicada Emperatriz la misma fuerza inquebrantable que en el Emperador.
No era la fortaleza de una mujer frágil, sino la de una autoridad que movía una nación.
En el rostro del Marqués apareció una leve sombra de temor.
—He sido un anciano entrometido, preocupado sin razón. Por favor, perdóneme.
Siana sonrió dulcemente.
—Lo hizo por mi bien. Si alguna vez tiene algo que decirnos, a Su Majestad o a mí, hágalo como hoy. Escucharé, responderé, convenceré y aprenderé.
El Marqués comprendió finalmente los elogios que otros nobles le daban a la Emperatriz: bajo su apariencia juvenil, se encontraba una mujer de gran determinación y sabiduría.
—Así lo haré.
El Marqués Ronald inclinó la cabeza.
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Después de reunirse con dos personas más que solicitaron audiencia, Siana volvió a sus labores.
Incluso después de revisar todas las peticiones, aún había mucho por hacer.
La administración interna del palacio también era responsabilidad de la Emperatriz.
Desde la gestión financiera, la supervisión del personal, el control de suministros, hasta la organización de banquetes para fortalecer los lazos con la nobleza…
Al ver a Siana moverse de un lado a otro sin descanso, las doncellas susurraban entre ellas.
—¿Cómo puede tener tanta energía en un cuerpo tan pequeño?
Al principio, las doncellas estaban preocupadas de que Siana pudiera colapsar por el exceso de trabajo.
Pero, a medida que pasaban más tiempo a su lado, lo comprendieron.
¡Su Majestad la Emperatriz poseía una resistencia descomunal, como la de una abeja que recorre kilómetros en un solo día!
—Si yo fuera la Emperatriz, ya me habría desmayado o habría huido diciendo que no puedo hacer esto.
—Yo también.
Lo más sorprendente era que, a pesar de la carga de trabajo abrumadora ‘famosa por ser agotadora incluso para las doncellas del palacio’, Siana nunca perdía la sonrisa.
Y eso era lo que la hacía más aterradora.
⊱ ──────ஓ๑♡๑ஓ ────── ⊰
6:00 p. m.
Al atardecer, la puerta se abrió y Rashid apareció.
—¡Siana!
Siana, que aún revisaba documentos, sonrió radiante.
—¿Ya estás aquí? Parece que la reunión transcurrió sin problemas.
—Sí, los nobles fueron bastante cooperativos.
Sol, que estaba junto a Rashid, puso una expresión incrédula.
No es que los nobles fueran cooperativos… es que Su Majestad los amenazó.
Los ojos violetas de Rashid eran tan escalofriantes al mirar a los nobles desde arriba, que estos parecían criminales llevados al cadalso en lugar de asistentes a una reunión del consejo.
Con semejante ambiente, la reunión no podía alargarse demasiado.
El consejo se desarrolló a una velocidad sin precedentes.
Y, por supuesto, todo se resolvió exactamente como Rashid quería.
Sol pensó para sí mismo:
Actúa como un tirano, pero de alguna manera la gente lo respeta… y el imperio sigue prosperando día a día.
Esto se debía en gran parte al deseo de Siana de cuidar a su pueblo y fortalecer el país ahora que estaba en el trono.
Desde el principio, Rashid nunca había mostrado demasiadas ambiciones, pero si se fijaba una meta, la perseguía sin dudar ni un instante hasta conseguirla.
A este paso, Su Majestad será recordado como el mejor Emperador de la historia.
Era increíble pensar que aquel que una vez fue llamado ‘El Príncipe Loco’ por masacrar enemigos en el campo de batalla como si cortara rábanos, ahora pudiera ser considerado un monarca virtuoso…
¡Esto es una clara distorsión de la historia!
Con una expresión de incredulidad, Sol sacudió la cabeza y salió rápidamente de la habitación.
Era obvio que, si se quedaba allí, terminaría presenciando una escena que no quería ver.
Las doncellas, también perceptivas, desaparecieron rápidamente, dejando solo a Rashid y Siana en la habitación.
Rashid se acercó a ella con una sonrisa.
—¿Tienes mucho trabajo?
—Sí, pero ya casi termino.
—¿Quieres que te ayude?
—No hace falta. Es mi tarea, así que debo hacerla yo.
Siana ya lo había dicho con firmeza, así que insistir solo la molestaría.
Sabiéndolo, Rashid no preguntó de nuevo. En su lugar, la levantó de repente y la sentó sobre su muslo.
Siana, que había pasado de estar en su cómodo y mullido asiento a la firme ‘silla de muslos del Emperador’, no mostró ninguna reacción.
Al principio, cada vez que Rashid hacía esto, se ponía tan nerviosa y avergonzada que no sabía qué hacer.
Pero después de varios años, ya se había acostumbrado.
Rashid la rodeó con los brazos y la miró fijamente.
Cuando Siana se concentraba, sus labios se fruncían ligeramente.
¿Sabe ella lo adorable que se ve así?
Probablemente no.
Si lo supiera, no podría seguir tan tranquila.
Seguramente exclamaría:
¡Dios mío! ¿Cómo puedo ser tan adorable?
No habría forma de que pudiera ignorarlo.
Era un nivel de ternura imposible de resistir.
Sin tener idea de lo que pasaba por la mente de Rashid, Siana seguía escribiendo sin detenerse.
Poco después, dejó la pluma y exclamó:
—¡Terminé!
Rashid, que había estado observándola trabajar con los labios fruncidos como un pajarito, se inclinó y le besó la boca.
Chu.
Chu chu.
Chu chu chu chu.
Chu chu chu chu chu chu.
Como no parecía haber fin a los besos, Siana usó su carta de triunfo:
—Tengo hambre.
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