⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
Dentro del carruaje no había nadie más aparte de Kassel. Su expresión se volvió aún más fría y dejó escapar un suspiro lleno de frustración.
—Pequeña, sal de ahí.
Siguió sin haber nadie más en el carruaje. Solo el sonido de las ruedas y la voz de Kassel resonaban en el aire. En ese momento, un ruido ligero se escuchó debajo del asiento del frente, y una pequeña figura comenzó a moverse en la oscuridad. Finalmente…
—¡Puf!
Con una respiración profunda, como si acabara de salir del agua, Aika sacó la cabeza de debajo del asiento. Había estado escondida en un espacio diminuto, apenas lo suficiente para almacenar algunas pertenencias. Se había ocultado bajo una tela que se usaba para cubrir el equipaje.
De verdad, ¿cómo rayos logró meterse ahí? Me duele la cabeza solo de pensarlo, y esos ojos redondos y dorados que me miran… Encima, ¡tenemos los mismos ojos! Eso me enfurece más.
—Hehe, tío…
—……
—¿C-cómo lo supiste?
Aika, que acababa de salir arrastrándose, se quedó arrodillada en el suelo, sin poder ponerse de pie, mientras sus ojos grandes revoloteaban nerviosos, intentando encontrar una salida a la situación. Llevaba un vestido adornado con lazos en lugar de su pijama, claramente preparada para seguirme. Sin embargo, ahora su ropa estaba cubierta de polvo por haberse escondido bajo el asiento.
Se suponía que era una niña buena que se iba a dormir temprano, pero en cambio, había desaparecido para hacer esta travesura.
—¿Cuándo te subiste?
Aika no respondió. Pude escuchar claramente cómo sus engranajes mentales se movían frenéticamente. Después de un largo rato de mirarla fijamente, abrió la boca con vacilación.
—Ah, salí a despedirme de ti, tío… pero como tardaste en salir…
—¿Así que simplemente te subiste al carruaje?
Los ojos grandes de Aika revolotearon una vez más. Era evidente que había planeado esconderse. Probablemente decidió subirse cuando vio que no la buscaba. Y su gran idea fue esta.
No es que sea un patito recién salido del cascarón, pero ¿por qué me sigue a todas partes? Ya la he regañado suficiente para que se canse, pero es como un pez dorado, siempre lo olvida y se queda pegada a mí todo el día. En casa lo podía soportar, pero ¿ahora incluso fuera? ¿Y si iba a un lugar peligroso?
Sin miedo alguno. Mi hermana decía que era una niña obediente que se quedaba bien en casa sola. Pero ¿dónde está esa niña? ¿Qué hago con esta pequeña?
—Ah…
Maldita sea, qué dolor de cabeza. Ya sea por el carruaje que se tambalea o por mi sobrina traviesa, Kassel sintió una fuerte migraña mientras presionaba sus sienes con fuerza. Tiró de la cuerda dentro del carruaje.
—¡Sí, señor!
En ese momento, Gerard, quien iba sentado junto al cochero, detuvo el carruaje y rápidamente abrió la puerta.
—¿Pasa algo, mi señ… oh, señorita?
Los ojos de Gerard se abrieron de par en par. Se suponía que Kassel estaba solo en el carruaje, pero había una pequeña figura parecida a un conejo con él.
—Gerard, bueeenasss…
Aika, aunque seguía observando cuidadosamente a Kassel, no olvidó saludar. No parecía estar muy cómoda. O más bien, la atmósfera dentro del carruaje era lo que no estaba bien.
—Señorita, ¿por qué… no, cómo está aquí?
—Eh, verás… quería ir con el tío…
Aika comenzó a sacudirse el polvo de la ropa mientras lanzaba miradas furtivas a Kassel.
—Devuélvela a casa y regresa.
—¡No, no quiero!
Aika se aferró a Kassel.
—¿Qué no quieres? Bájate ahora mismo.
—Tío, ¿puedo ir contigo? Tienes ropa bonita, y no parece un lugar peligroso.
—En cuanto llegues, se convertirá en un campo de batalla. Baja ahora.
—¡Solo esta vez!
—No importa cuántas veces lo digas, bájate ya.
—Uh, uh…
Gerard se quedó ahí, sin saber qué hacer, mirando entre Kassel y Aika.
Aika, intentando por todos los medios no bajarse, se aferró firmemente al pantalón de Kassel. Sus ojos brillaban con súplica, pidiéndole ayuda a Gerard, quien no pudo resistirse.
—¿No podría llevar a la señorita con usted esta vez?
Kassel le lanzó una mirada asesina.
—¿Qué dijiste?
—Lo siento mucho, pero… esta reunión también contará con la presencia del Duque Valiart…
Los ojos de Kassel destellaron con una furia peligrosa.
—Mis más sinceras disculpas…
Gerard bajó la cabeza y le guiñó un ojo a Aika en secreto. Una amplia sonrisa se extendió en el rostro de Aika, que estaba sentada torpemente en el suelo, con las orejas bien atentas.
—¿Abuelo?
La voz de Aika resonó alegremente al mismo tiempo que se aferraba al brazo de Kassel.
—¡Quiero ver al abuelo! Tío, ¿sí? ¡Prometo que me portaré muy bien!
—Ha…
Kassel estaba asombrado por el plan tan obvio que tenía Aika. ¿Qué tenía que ver el abuelo en esto? Estaba claro que Gerard también había caído bajo el encanto de su sobrina. No podía simplemente deshacerse de ambos. Observó a Aika mientras intentaba, poco a poco, agarrarle la mano. Sabía que si le tomaba la mano, ella lo interpretaría como una señal de aprobación.
No entendía por qué eso tenía sentido, pero Aika siempre parecía tener sus propias reglas. Si la llevaba de regreso, llegaría tarde. Y sola no parecía que fuera a regresar de ninguna manera. Esto lo estaba volviendo loco.
—Cierra la puerta.
Al final, Kassel se rindió.
—¡Guau!
Aika levantó las manos y brincó de alegría.
Gerard sonrió disimuladamente y, con voz animada, exclamó:
—¡Sí, entendido, señor!
Y cerró la puerta del carruaje con firmeza. Cuando el carruaje comenzó a moverse de nuevo, Aika, que ahora estaba convencida de que ya no habría peligro de volver a casa, se aferró aún más a Kassel.
—¡Tío, eres el mejor! ¡El más increíble! ¡El mejor de todo Worpod! ¡El mejor del mundo!
—Siéntate bien, me están zumbando los oídos.
A pesar de las quejas, Kassel no apartó la mano que ella tenía agarrada con fuerza, como si no quisiera soltarlo. Con el ánimo elevado, Aika comenzó a tararear una canción con letras indescifrables sobre flores amarillas y gatos amarillos, y mariposas blancas.
Kassel la miró de reojo y notó que aún tenía algo de polvo en el cabello. Justo cuando levantaba la mano para quitárselo, Aika giró rápidamente la cabeza.
—¿Qué, qué haces, tío?
—¿Qué voy a hacer?
Fingiendo que no le importaba, Kassel comenzó a limpiar cuidadosamente el polvo del cabello y los hombros de Aika.
—Tío, ¿a dónde vamos?
Ya que le había dado permiso, Aika ahora parecía completamente convencida de que era una compañera de viaje.
—¿A dónde vamos? No vas a poder bajarte del carruaje.
—¡Qué! ¡No quiero!
—¿Y quién te dijo que vinieras? ¿Quién te mandó seguirme?
Las mejillas de Aika se inflaron en un segundo, molesta.
—¡Lo hago todo por ti, tío!
Qué cosas dice…
—Mejor no hablo —murmuró Kassel, finalmente resignado a dejar que su sobrina hiciera lo que quisiera.
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