⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—¡Sí! ¡Quiero esta!
Me coloqué la mochila y, completamente lista, salí afuera. Mientras esperaba cerca del carruaje observando las flores, mi tío apareció. Corrí hacia él.
—Tío, ¿te sigue doliendo el brazo?
—No, ya no.
—El tío Baron también dijo que, gracias a que le dejé quedarse a dormir, ya está completamente curado.
Mi tío me miró de reojo y acarició su ceja.
—Ahora, en lugar de cacahuete, te llamaré pececillo, mi cacahuete.
Ante eso, hice un puchero y retrocedí un paso.
—¡Hmph! Es culpa de que te lastimaste.
—Sí, sí, soy culpable. Anda, súbete.
—¡Sí!
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Nuestra casa estaba bastante lejos, por lo que incluso en carruaje tardamos un buen rato en llegar.
—Tío, ¿mi casa estará igual? Ya casi no me acuerdo.
Sentía que recordaría todo al verla, pero al intentar evocarlo, los recuerdos estaban difusos.
—Está igual.
—Entonces debe estar llenísima de polvo.
—Está limpia, no está sucia.
—¿Hay gente allí?
—Claro, alguien tiene que cuidarla.
—Pero… el abuelo dijo que era peligroso y por eso no podíamos quedarnos allí.
Yo había asumido que estaría completamente vacía, sin ninguna persona. Pero resulta que casi todos los sirvientes seguían allí. Me preguntaba qué había pasado con los sirvientes que solían trabajar en mi casa, pero ahora me daba cuenta de que me había preocupado en vano.
Después de más de una hora de viaje, el carruaje giró hacia un camino más estrecho, alejándose de la avenida principal. Pasamos de ver tiendas a casas grandes y pequeñas agrupadas aquí y allá. Poco después, llegamos a una casa que me resultaba muy familiar. No pude evitar sonreír de la emoción.
—¡Tío, esa es mi casa!
Los tres techos puntiagudos de color azul, las paredes tan claras que brillaban bajo la luz del sol, y las ventanas que llenaban tanto el primer como el segundo piso, todo seguía igual. Al pasar la entrada y adentrarnos en el jardín, los recuerdos que estaban borrosos comenzaron a hacerse claros.
Sí, esta es mi casa.
El lugar donde vivía con mamá.
El lugar donde solíamos tomar bocadillos en el jardín.
El carruaje se detuvo, y antes de que mi tío pudiera decirme que bajara, ya estaba esperando en la puerta. Mi tío me miró y se rió, sorprendido.
—Te gusta mucho, ¿verdad?
—¡Sí! Tenía muchas ganas de venir.
Observé con atención el camino mientras veníamos, así que tal vez la próxima vez podré mostrarle el mapa a Equus para volver. Equus dijo que, mientras no estuviera atrapada o bloqueada como en una prisión, podría ir a cualquier lugar.
En la entrada, me recibió un rostro familiar.
—¡Señorita! ¡De verdad ha venido!
Era Roa, el mayordomo de la casa y una de las personas que ayudaba a mi madre. Tenía el cabello largo y liso de color castaño oscuro, que siempre llevaba recogido en una coleta. Llevaba gafas de montura delgada y, como siempre, vestía su traje negro sin ningún diseño, la misma ropa de todas las estaciones. No había cambiado nada.
—¡Roa!
Corrí hacia él emocionada.
—¡Roa, cuánto tiempo!
—Igualmente, señorita. ¿Ha estado bien todo este tiempo?
—¡Sí! Pensé que te habías ido.
—Eso nunca sucedería. Pase lo que pase, debo cuidar esta casa. Además, parece que ha crecido un poco.
—¡Sí! Crecí y se me cayó un diente. ¡Mira!
Abrí la boca para mostrarle.
—Es cierto. Parece que está creciendo rápido. Estoy orgulloso de usted, señorita.
Su tono formal y rígido no había cambiado ni un poco.
—Hola, Roa. Es un placer conocerte. Soy Zenda, y estoy cuidando a la señorita ahora.
Zenda se acercó y se presentó.
—Zenda, ella es Roa.
—Encantado de conocerte. Llámame Roa, por favor. He oído que la señorita está viviendo en la casa del Marqués Léguiore.
—¿Enserio?
—Sí, claro. Estábamos esperando su regreso. Buenos días, señor Marqués.
Al voltear, vi a mi tío que ya se había acercado.
—Tío.
—¿Está todo listo?
—Sí, todo ha sido guardado en cajas.
—¿Cajas?
—No importa, no es algo que deba preocuparte, pequeña.
—¡¿Por qué no?! Esta es mi casa.
Mi tío soltó un bufido.
—¿Y cuándo fue que vendiste la casa anoche?
¡Qué tramposo! Pero no tenía mucho qué decir.
—Eso fue solo porque el tío Baron estaba herido, y le presté una habitación vacía…
—Solo estoy moviendo las cosas que necesitan ser cuidadas. Deja de intentar saber todo. Anda, ve a tu cuarto. Dijiste que querías venir.
Mi tío me empujó suavemente hacia adelante.
—Zenda, voy a ver mi habitación.
Tan pronto como anuncié mi destino, corrí por la puerta que Roa abrió para mí.
—Todo aquí está igual.
Incluso los candelabros en la sala de estar estaban en el mismo lugar.
—Ser, esta es mi casa —dije mientras subía las escaleras.
En las paredes del pasillo, había retratos colgados de mi madre y de mí abrazadas. Me detuve en las escaleras y extendí la mano hacia uno de ellos. Había retratos donde estábamos abrazadas y otros donde mirábamos hacia adelante. Como nos hacíamos un retrato dos veces al año, había 12 cuadros, desde cuando era bebé hasta los seis años. Lamentablemente, no había ninguno de mis siete años, ni lo habría en el futuro.
—Es mamá…—, susurré.
Mi hermosa mamá.
Tenía el mismo cabello rojo que mi tío.
Incluso sin hacer nada, su cabello siempre estaba abundantemente rizado como si estuviera peinado.
Y sus ojos eran dorados, igual que los míos.
Aunque mamá decía que mis ojos eran redondos como la luna, los suyos eran un poco más afilados. Se parecían más a los de mi tío.
Sus ojos eran enormes, preciosos, y sus pestañas largas. Los retratos ni siquiera lograban capturar la mitad de su belleza.
—¿Extrañas mucho a tu mamá?— preguntó Ser, quien había estado callado hasta entonces.
—Sí, muchísimo.
Tanto que no sé cómo lo he soportado hasta ahora.
Pero no voy a llorar.
Le prometí a mamá que no lo haría.
Pensé en llevarme el marco del retrato, pero decidí no hacerlo.
Vendré aquí de nuevo muchas veces.
Si lo llevase, tal vez no querría regresar tanto.
—Vamos a mi cuarto —dije decidida, y corrí hacia mi habitación.
En mi casa, casi todas las actividades se hacían en el segundo piso.
Esto era porque mamá siempre estaba ocupada, y aunque descansaba, debía irse rápidamente a trabajar. Elegí mi habitación en el segundo piso porque allí entraba más luz solar.
Aunque mamá tenía su propia habitación, casi siempre dormía conmigo, así que mi cuarto era prácticamente el suyo.
—Este es mi cuarto —anuncié al entrar.
La habitación estaba completamente llena de color rosa.
—Es una habitación de princesa —se rió Ser.
La cama estaba adornada con volantes rosas y blancos.
Las mantas, las almohadas y los peluches eran de color rosa, amarillo y blanco.
Incluso los muebles eran todos rosas y amarillos.
—Mamá hizo todo esto para mí —le dije.
Todo en mis colores favoritos.
Dejé mi mochila y me subí a la cama.
—Es tan suave…
No había ni un rastro de polvo.
Olía como si acabaran de lavar las sábanas y secarlas al sol.
Un aroma cálido y acogedor a luz solar.
Me envolví en las mantas y acerqué la nariz para oler.
—¡Me encanta!
Rodé por la cama de un lado a otro.
Después de un rato, levanté la cabeza y mis ojos se cruzaron con los de mi tío, quien estaba apoyado en la puerta, con los brazos cruzados.
—Ti-tío.
—¿Eres una oruga?
—Je, je, ¡es que me encanta mi manta! ¡Huele a sol!
—¿Cómo va a oler el sol?
—¡Sí que huele! En casa también huele así, y aquí también.
Mi tío caminó hacia la ventana cerrada y la abrió de golpe.
El sonido de la naturaleza y una suave brisa entraron desde afuera.
—Tío, quiero vivir aquí —dije, con la cara enterrada en la manta.
—¿Y qué pasa conmigo?
—¡Tú también ven a vivir aquí!
Golpeé la cama con las manos y mi tío se sentó al borde de ella.
—Entonces tendré que regresar solo si te quedas —dijo.
—¿Qué?
—Si mi sobrina no va, tendré que irme solo, ¿no?
—¡Bah!
Siempre tenía que salirse con la suya.
—¿Tienes algo que empacar?
—Sí, lo voy a revisar ahora.
Salí de las mantas con un suspiro y mi tío me revolvió el cabello antes de bajar las escaleras.
—Ahora… —murmuré.
Es hora de buscar en serio.
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