⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
—¿No? ¿Recibiste el pañuelo que te envié?
Ruspe asintió repetidamente mientras sacaba una caja del interior de su chaleco.
Desde antes notaba algo extraño, el lado izquierdo de su chaleco estaba abultado, y ahora me di cuenta de que era porque tenía la caja dentro.
—Aquí está. Lo abrí antes, pero lo volví a cerrar porque me daba pena usarlo.
—¡Puedes usarlo enseguida! ¡Es solo un pañuelo! ¿Viste las flores?
—¡Sí! Son iguales a las que yo te envié. No, son más bonitas. Mucho más bonitas.
Ruspe sonrió ampliamente, diciendo que eran muy bonitas, y me sentí feliz al verlo.
Si mi diente estuviera bien, no estaría acostada así.
—Me alegra, yo también bordé un poco. Es la primera vez que hago bordado. Aunque Zenda me ayudó casi todo el tiempo.
Los ojos de Ruspe se agrandaron.
—¿Lo hiciste tú?
Parecía que solo había escuchado la primera parte de lo que dije.
—¡Solo un poquito! En el centro de la flor morada bordé una estrellita. Así que no debes perder ese pañuelo.
—¡No lo perderé! ¡Nunca lo perderé!
Ruspe, decidido a protegerlo, volvió a guardar la caja dentro de su chaleco.
De nuevo, el lado del chaleco se abultó.
Parecía incómodo guardarlo así.
Le dije que podía ponerlo en la mesita, pero Ruspe sacudió la cabeza con firmeza.
¡Vaya! ¡Nunca había visto a Ruspe rechazar algo!
Pensaba que era de los que siempre aceptaban todo con tranquilidad, pero no fue así.
Con un toque en la puerta, Zenda entró de nuevo.
¡Mi salvadora!
—He traído un té de frutas. Como más tarde cenarán, no traje ningún tentempié. Ruspe, ¿no ha cenado todavía, verdad?
—No, aún no…
—Qué bien. Entonces prepararé todo y te avisaré.
La cena, cierto.
¿Qué voy a hacer?
Miré a Zenda con una súplica silenciosa, pero me devolvió una mirada que decía que tenía que cenar sí o sí.
Lo sé, sé que tengo que cenar, pero…
Aunque Zenda me dijo en secreto que estaría bien, que no era gran cosa, no podía encontrar el valor.
—Si te duele mucho, ¿quieres que te lea un cuento?
—¿Un cuento?
—Sí, pensé que si hacemos algo, te dolerá menos.
Oh, Ruspe es tan amable.
—Creo que es mejor si hablas normalmente.
Ser, que de alguna manera había bajado y se había acomodado en un rincón de la cama, murmuró.
Últimamente no bajaba mucho, y siempre se colgaba entre mi hombro y cuello, así que verlo relajado en la cama era algo que no veía desde hacía tiempo.
Mientras lo observaba, me levanté poco a poco.
—Ruspe.
—¿Estás bien? ¿Te sientes mejor?
Solo me había incorporado, pero Ruspe se levantó de golpe, puso una mano en la cama y se acercó para mirarme de cerca.
Al ver eso, suspiré profundamente.
—Ruspe.
—¿Sí?
—Lo siento.
—¿Qué? ¿Por qué?
Ruspe inclinó la cabeza, confundido.
—¿Te duele? —preguntó.
Negué con la cabeza y le dije:
—Solo… No te rías, por favor.
—¿Reír?
Finalmente, abrí lentamente la boca y le mostré.
—Es por esto. Se me cayó un diente. Pensé en esperar a que creciera de nuevo para verte, pero no ha crecido lo suficientemente rápido.
Ruspe me miró parpadeando con sus ojos claros.
—…
—Por eso fue. En realidad, no me duele. Solo siento algo raro.
—¿Entonces no te duele?
Ruspe preguntó con cautela.
Me sentí un poco avergonzada y solo asentí con la cabeza.
—…
La cara de Ruspe se iluminó con una gran sonrisa.
—¡Qué alivio!
—¿Eh?
—Me alegra mucho que no te duela. A mí también se me cayeron los dientes.
—¿A ti también? ¿Cuándo?
—Alrededor de mi cumpleaños el año pasado… ¡Y también en otoño!
—¿De verdad?
—Sí, era igual que tú. Aika, eso le pasa a todo el mundo. Entonces, ¿seguro que no te duele?
—Sí… En realidad, nunca me dolió.
Ruspe no se rió en absoluto. Bueno, sonreía, pero era una sonrisa de alegría, no de burla.
Pensé que me iba a molestar como mi tío, pero para nada.
Saber eso me dio confianza, así que me quité la manta y bajé de la cama.
—¿Aika?
Ya no había tiempo que perder.
¡Teníamos que jugar!
—Vamos a jugar.
Extendí la mano hacia Ruspe.
—Sí.
Ruspe sonrió y me tomó la mano con fuerza.
Ruspe se quedó a dormir en mi casa.
Después de cenar, nos divertimos tanto recorriendo cada rincón de la mansión que el reloj ya marcaba las nueve, acercándose a las diez.
Mi tío no llegó hasta después de las nueve, y al entrar moviendo sus largas piernas, dijo:
—Si ya es tarde, quédate a dormir, cacahuate blanco.
Y se fue.
Cuando le pregunté si eso estaba bien, Ruspe asintió inmediatamente hacia Kamaie.
Luego, Zenda envió a alguien a la mansión del Marqués de Kelphodia, y todo se decidió en un instante.
—Entonces, podemos seguir jugando.
De alguna manera, Ruspe parecía más contento mientras me tomaba de la mano y la sacudía con entusiasmo.
—¡Sí! ¡Ahora vamos a hacer una guerra de almohadas!
Sin soltarle la mano, corrí hacia mi habitación.
—Bien, es hora de dormir. Ruspe, ¿no te resulta incómoda la pijama?
—No, es cómoda.
—A mí tampoco me incomoda.
Aunque era mi pijama de siempre, también respondí.
Ruspe y yo llevábamos pijamas casi idénticas.
Ambos vestíamos pantalones holgados de color azul celeste hasta la rodilla, con una camisa de manga larga a juego.
—Ruspe, ¡aquí!
Salté a la cama y golpeé el lugar a mi lado.
Zenda nos sonrió.
—Voy a dejar solo la luz nocturna encendida. Pero no deben quedarse despiertos demasiado tarde. ¿De acuerdo?
—¡Sí! Vamos a dormir enseguida, ¿verdad?
—Sí, enseguida nos dormimos.
Zenda apagó las otras luces dejando solo la nocturna, insistiendo una y otra vez en que debíamos dormir pronto.
Aun así, no nos dijo que nos acostáramos inmediatamente, solo apagó las luces.
—Entonces, buenas noches. Señorito, Ruspe.
—¡Zenda, que duermas bien!
—Buenas noches.
Finalmente, Zenda salió.
Arreglé mi almohada, me acosté y me tapé con la manta.
Ruspe me miró y se acostó a mi lado, en la misma posición, frente a mí.
—Hoy fue muy divertido.
—Para mí también.
—Ojalá pudiéramos jugar así todos los días.
—Yo también.
Ya no me daba vergüenza mostrar mi diente caído. De hecho, ni siquiera pensaba en ello.
—¿Qué hiciste mientras estabas en la región? ¿Te divertiste?
Antes, mientras jugábamos, solo había escuchado que había vuelto de su viaje, pero no habíamos hablado mucho sobre lo que hizo.
—Me presenté a las personas que gestionan la mansión, la recorrí y luego hice una inspección por la región.
—¿Una inspección?
—Sí, fui a ver cómo estaba la región. Fui con mi padre.
—¿En carruaje?
—Sí, exacto.
—Qué impresionante. Yo nunca he hecho nada así.
—En realidad, era la primera vez que lo hacía, pero fue como salir de paseo. ¡Ah!
De repente, Ruspe se sentó.
—¿Qué pasa?
—Olvidé darte el regalo.
Bajó de la cama y fue hacia la mesa.
Antes, Zenda había guardado las cosas que Ruspe trajo, dejando solo la bolsa con los regalos en una silla.
Ruspe tomó la bolsa y volvió a la cama.
Yo, curiosa, me arrodillé en la cama, impaciente por ver qué traía.
Ruspe sacó una caja de papel de la bolsa y me la entregó.
—Este es el regalo para ti, Aika.
—Gracias. ¿Puedo abrirlo ahora?
Tomé la caja con ambas manos, con mucho cuidado.
—Sí, es para ti.
Cuando abrí la tapa de la caja, vi un broche con una gema amarilla brillante como el sol.
Detrás de la gema redonda del tamaño de una moneda de oro, había una placa dorada en forma de escudo, y detrás de eso, un lazo de cuadros con un alfiler para sujetarlo a la ropa.
—¡Wow, es precioso! ¡Brilla tanto!
—Lo hizo un famoso joyero de la familia. ¿Te gusta?
—¡Mucho! ¿Dónde me lo pongo?
—Puedes ponértelo en el cuello con la ropa, o en el pecho, donde quieras.
Me lo puse en la pijama.
No estaba acostumbrada a usar alfileres, así que me tomó algunos intentos, pero finalmente lo conseguí.
—¿Así?
Lo puse justo debajo del primer botón y saqué el pecho orgullosamente. Ruspe sonrió.
—Se ve realmente bonito.
—También hay una pulsera.
Me mostró una pulsera con una piedra morada en el centro, rodeada de un intrincado trenzado de hilo a los lados.
—Esta es una pulsera tradicional de la tribu Tannun, que vive al norte de Worpodia. Es una de las minorías más antiguas de Worpod. Dicen que trae buena suerte, así que pedí que me hicieran una.
Cuando me la puse, parecía un poco grande, pero Ruspe tiró de los hilos ajustables y se encogió hasta quedar perfecta en mi muñeca.
—¡También me encanta! ¡La llevaré todos los días!
—Yo también llevaré el pañuelo todos los días.
Nos miramos y nos reímos juntos otra vez.
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