⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
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—Más de lo que pensaba…
—Es bastante animada.
—Es sorprendente que lo haya mantenido oculta.
En el lado opuesto al grupo de niños, las voces de los nobles se alzaban con desdén, señalando un punto en particular.
Era la niña de cabello negro, que se encontraba en medio de los niños de su edad. Desde su entrada, había dejado claro que era la señorita de Valiart, algo que pocos sabían hasta ese momento, manteniéndolo oculto durante años. Ahora, finalmente, lo había mostrado al mundo.
Parece que quieren otorgarle el título al antiguo canciller, pero tal vez sea para esa pequeña, no para Léguiore.
¿Se habrá vuelto loco? O tal vez tenga otros planes ocultos. Aquellos que estaban al tanto de ciertos rumores ya comenzaban a hacer cálculos.
¿Quién es realmente la señorita de Valiart?
¿A quién apoya con su presencia?
¿Qué pretende el Duque Valiart con todo esto?
Lagia echó un vistazo rápido al Emperador, que estaba sentado en el asiento principal. Sabía hacia dónde estaba dirigiendo su mirada.
El Emperador Winchester Gaia Seledor era un hombre astuto. Aunque parecía dócil y débil en apariencia, su capacidad para mantenerse en ese puesto era prueba de su inteligencia. Sin embargo, su mirada traicionaba su interés. Lagia no dejó de notar los pequeños momentos en los que el Emperador dirigía su atención hacia un lugar en particular.
Aun así, no había nada seguro todavía.
Aunque todo parecía encajar, había algo que no encajaba del todo, una ligera incomodidad. ¿Debería comprobarlo por sí mismo?
Pero necesitaba estar completamente seguro, ya que cualquier error podría costarle caro.
Lagia necesitaba más tiempo para confirmar sus sospechas. Aunque era absurdo decirlo de esta manera sobre una niña de siete años, algo en su presencia era diferente.
Parecía tener el rostro del antiguo canciller, pero no pertenecía ni a Valiart ni a Seledor.
Por otro lado, Jemiel de Rondo estaba callado, con los labios apretados como si contuviera su rabia.
Lagia negó con la cabeza.
—Excelencia.
El Barón Karun, uno de los partidarios de Lagia, se acercó y le susurró algo al oído.
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—Querida, es hora de irnos.
—¡Abuelo!
Mientras jugaba y conversaba con los otros niños, mi abuelo se acercó.
—Saludos, Excelencia.
—Hola, Duque.
De repente, los niños comenzaron a saludar con respeto.
—Ah, parece que se han divertido mucho.
—¡Lo mejor fue el polvo dorado de la señorita!
—¿Polvo dorado? ¿Qué es eso?
Temiendo que los niños me pidieran que lo mostrara de nuevo, me giré rápidamente hacia mi abuelo.
—¡Abuelo, te lo mostraré luego!
—¿Nos vamos entonces?
Mi abuelo sonrió y me tendió la mano.
—Bueno, me voy. Adiós.
—¡Adiós, Aika!
—Señorita, nos vemos la próxima vez.
Me despedí de Ruspe, acercándonos a donde estaba mi tío.
—Ruspe, hoy fue realmente divertido.
—Sí, lo fue.
—Entonces, juguemos otra vez pronto. ¡Puedes venir a quedarte como la última vez! Nos vemos.
Después de despedirme de Ruspe, me aferré a mi abuelo mientras nos dirigíamos hacia la puerta.
Fue entonces cuando lo escuché.
—¡Jajaja, es cierto! Me dijeron que está teniendo mucho éxito últimamente.
Giré la cabeza rápidamente al escuchar la voz del hombre.
Mientras me agarraba del hombro de mi abuelo, busqué al dueño de la voz.
¡Esa voz…!
¡Me sonaba familiar!
Cuanto más nos acercábamos a la entrada del salón, más nos alejábamos de las personas.
Me levanté un poco, casi inclinándome hacia adelante.
—¿No quieres irte, pequeña? Ya es tarde, debes ir a dormir.
Mi abuelo me calmó con una sonrisa.
—No, no es eso, abuelo.
¡Necesitaba verlo!
¡Solo un vistazo!
Vi a un hombre riendo con esa voz familiar y me incliné aún más para tratar de ver su rostro.
Justo en ese momento, el hombre giró la cabeza.
¡Una cicatriz en su mandíbula!
Aunque solo fue un instante, lo vi claramente.
Una extraña cicatriz entre la oreja y la mandíbula.
Ya estábamos saliendo del salón.
—Pequeña, mantente quieta. No te vayas a caer.
—Sí, sí.
Mi corazón latía con fuerza.
¿Era esa la voz que había escuchado?
Creo que sí.
Mi abuelo comenzó a bajar las escaleras, y yo lentamente volví a abrazarlo por el cuello.
—¿Te divertiste tanto? ¿Tanto que ya quieres volver?
Mi abuelo se rió a carcajadas.
Recordando la cicatriz claramente, sonreí tímidamente.
—Hice muchos amigos. Abuelo, los niños creen que criamos tigres y leopardos en casa. Incluso me preguntaron si también tenemos elefantes.
—¿Eh? ¿Por qué querrías criar algo así? ¿O acaso tú quieres criarlo?
—¡No! No lo sé. Todos los niños lo dicen.
—Vamos, súbete a la carreta. Te llevaré a dormir enseguida.
—¿No vienes con nosotros, abuelo?
En lugar de responder, el abuelo me dio un beso en la mejilla.
—Mañana iré a verte. El abuelo se quedará aquí un poco más. Mi princesa, ve a dormir bien y ten dulces sueños.
—¡Tú también, abuelo! Debes irte a casa temprano.
—Está bien, nos veremos mañana.
Entonces, mi tío se subió a la carreta. Quería mostrarle a mi abuelo el artefacto mágico, pero él no venía con nosotros. Al mirar hacia atrás, vi que Zenda y Gerard también se subían a otra carreta.
—Tío, mira esto. Me lo dio Ruspe.
—¿Un broche?
—Sí, tiene algo increíble.
Quería mostrarle a mi tío lo que Ruspe había hecho antes, así que metí la mano detrás del broche. Recordaba que había que presionar algo.
Escuché un clic, así que debe haber un botón. Pero, por más que buscaba, no lo encontraba.
N/Nue: AWWWW FUE RUSPE.
—¿Eh? Lo presioné aquí.
—Siéntate bien.
—¡Solo quiero mostrar esto!
Pero no importaba cuánto buscara, no encontraba dónde presionar. Revisé cada lado del broche, pero no apareció ni una pizca de polvo dorado, y ni siquiera las joyas brillaban en la oscuridad.
—¿Qué pasa…?
Cuando Ruspe lo hizo, salió una cantidad increíble de polvo dorado.
—Tío, te lo mostraré de nuevo cuando lleguemos a casa.
Volví a colocarme el broche en la ropa.
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Un hombre con el cabello rubio descolorido completamente recogido hacia atrás entró en la habitación. Su mirada afilada estaba más calmada de lo habitual. El mayordomo lo recibió.
—Su Excelencia, hay un invitado esperándolo.
—¿Un invitado? ¿A esta hora?
El mayordomo le dio la noticia a Lagia tan pronto como llegó a la mansión. Era casi medianoche. Aunque no era del todo inusual, Lagia no recordaba tener a nadie programado. Pensó que tal vez Jemiel había venido a desahogar su rabia otra vez, y se sintió ligeramente molesto.
—¿Quién es?
—Dijo que prefería decírselo personalmente. Lo ha estado esperando en el salón desde hace un rato.
Qué descarado, pensó Lagia, mientras aflojaba ligeramente su corbata y se dirigía al salón.
Cuando abrió la puerta, un hombre que ya estaba allí se levantó para saludarlo cortésmente.
—Excelencia, cuánto tiempo. ¿Cómo ha estado?
El hombre, de cabello negro rizado con un ligero tinte verde, tenía unos ojos azules brillantes y sonreía suavemente, como si estuviera contento de verlo.
—¿Así que eras tú?
Lagia terminó de aflojar su corbata y se dejó caer en el sofá. El hombre que había estado de pie para saludarlo se sentó frente a él.
—Así que el nuevo noble eras tú, Gordon.
—Ah, ¿ya me ha descubierto? No pensé que los rumores circularían tan rápido.
—¿No has estado haciendo todo lo posible para llamar la atención?
Lagia soltó una risa sarcástica.
—¿Llamar la atención? He intentado mantener un perfil bajo.
—¿No te habías ido por completo? ¿Estás de vuelta?
Gordon, como lo llamaban, negó con la cabeza.
—No he regresado del todo. Me queda un asunto por resolver. Estoy aquí temporalmente para investigar algo. Volveré completamente cuando todo esté resuelto.
—Entonces, ¿por qué dejar que se corran los rumores antes de tiempo?
—De todas maneras, regresaré. Es mejor asegurar mi posición cuanto antes.
Lagia esbozó una leve sonrisa y buscó su pipa. Aunque el banquete había sido aburrido, había obtenido algo interesante en casa.
Pronto, la pipa comenzó a soltar pequeñas bocanadas de humo.
—Avísame cuando regreses del todo. Hay muchas cosas que debemos hacer juntos.
—Tendré que apresurarme si quiero que me reciba con los brazos abiertos.
El humo de la pipa se hizo más denso. A través de él, Lagia le hizo otra pregunta a Gordon.
—Ya que estás aquí, ¿te gustaría una copa?
—Sería un honor.
Gordon sonrió ampliamente, y unas pequeñas arrugas aparecieron en sus mejillas, acompañadas de hoyuelos.
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