Pensé, ¿qué clase de tipo es este?
Sin tener nada en absoluto, cada vez que cruzaba miradas contigo, que me mirabas con unos ojos ridículamente claros, tenía que recordarme a mí mismo.
Esto es compasión.
Es porque me das lástima.
—No me gustas.
—A mí menos. Tú tampoco eres nada para mí.
Esas palabras que solté con un corazón inmaduro, descuidadamente, las reescribo ahora, después de haber cruzado la noche de los dieciocho años.
No es compasión.
He llegado a quererte.
En esa época en la que nada tenía sentido si no eras tú, a mi primer amor.